Opinión

Quizá seamos máquinas

Como saben ustedes suelo ironizar a menudo sobre los cambios del lenguaje en los medios. Creo que son significativos y dicen mucho sobre la corrección política, las tendencias y la moda. Y a veces esos cambios resultan particularmente idiotas. 

Hace semanas en un artículo mío titulado "El medievo en casa" hablé sobre el peculiar lenguaje de internet, tan lleno de eufemismos que casi hace falta un diccionario especializado para entenderlos. Y el domingo pasado tocó también aquí una típica frase de películas de guerra. Pues vale, hoy tocan las de ciencia ficción.

No sé si se han fijado pero ahora en esas películas nadie contesta a la orden de un superior con un simple "sí, señor" como se hacía antes, sino con un extraño y decidido "afirmativo, señor". Vamos, como si usted bajara en el ascensor se encontrara a un vecino, este le dijera "hace buen día hoy ¿verdad?" y usted contestara tranquilamente "temperatura óptima, amigo". Será que nos estamos volviendo todos un poco Terminator o Robocop, ¿quién sabe? A fin de cuentas cada vez somos más cyborgs. Yo llevo gafas y tengo cuatro implantes dentales, mi madre un par de caderas de titanio, un conocido mío un bypass, otro un audífono y algunos atletas que ganan medallas corriendo por ahí en lugar de pies tienen palas de metal. Así que todos somos cada vez más robots.

En 2001 Steven Spielberg rodó una de sus mejores películas aunque al final resultó bastante irregular. Como señaló en su momento mi querido Carlos Boyero "si le hubieran quitado los últimos veinte minutos, hubiera sido una obra maestra". Se titulaba A.I., y en castellano Inteligencia Artificial. Trataba sobre un niño robot adoptado por una joven pareja que acababa de perder a su hijo biológico. Dicho robot, el niño, estaba programado para experimentar sentimientos: amor, ternura, cariño, odio, deseo, celos, etc.

La película era premonitoria pues todos somos robots ya. La niña de siete años que hizo explotar un cinturón de explosivos en una comisaría de Damasco hace unos meses era un cyborg. Por supuesto no lo hizo voluntariamente, la hicieron explotar sus padres y amigos (no diré correligionarios ya que ella era demasiado pequeña para tener religión); y tampoco era un cyborg por deseo propio, la obligaron. Pero era un cyborg: una mezcla de biología, mecánica y tecnología.

Hace años dirigí una sesión de fotos de moda en casa de un amigo. Una preciosa vivienda unifamiliar de planta baja toda acristalada hacia el jardín. Mi amigo tenía un robot cortacésped que le habían regalado y era una modernidad entonces, como esos aspiradores de hoy que hacen su trabajo solos y se autoenchufan cuando se les va a acabar la batería. Lo veíamos currar por el jardín constantemente mientras trabajábamos. Al tercer día todos los miembros del equipo saludaban al robot, una máquina pequeñaja, cuadrada y negra, con caricias, palmadas y besitos cariñosos. Lógicamente le pusimos de nombre R2D2. Qué menos.

Quizá también nosotros seamos máquinas. Piensen.

Te puede interesar