Opinión

Salvar al Rey emérito

En una novela juvenil de fantasía que escribí hace años hay un pasaje en el que un heroico rey amante de su pueblo descubre que ha caído con todo su ejército en una trampa del enemigo, y en un fragmento de una arenga le dice así a sus soldados: “… pues yo os digo que aunque esto lo hubiéramos sabido antes, hoy estaríamos aquí igualmente. Porque cuando nos pusimos en marcha en Etran no veníamos a vencer sino a morir, y tal vez tan solo a perdurar en una canción... Vale. Reyes así solo existen en las novelas o en las leyendas. Pero como explica Nancy Huston en su bonito ensayo “La especie fabuladora”, lo real no existe. Lo real es la ficción porque son los cuentos, tradiciones, creencias, la fe, lo que fabrica nuestra identidad y nos hace reales. Mientras somos bebés sin memoria y sin capacidad para fabular no nos distinguimos de cualquier otro mamífero. Con el tiempo nos construimos. Y lo hacemos con ladrillos de fantasía, con libros, música, arte, ciencia, cariños, afectos, odios, sueños, experiencias, aspiraciones, seré millonario, conquistaré planetas, descubriré una vacuna. Las fábulas y las ficciones nos hacen reales.

Sé que soy fantasioso pero me sorprende la falta de imaginación de tantos gobernantes y, sobre todo, la falta de astucia y coraje de sus asesores. ¿Es que, y este es el asunto de esta columna, en la Casa Real no hay nadie con imaginación?

Yo tengo la solución para salvar al rey emérito como si fuera el soldado Ryan. Bueno, no exactamente porque mi ocurrencia no es para salvar a la persona como era el caso del joven Ryan, sino para que don Juan Carlos pueda salvar su imagen y redimirla como en una novela de fantasía para perdurar en una canción, y no en una canción como las que le cantamos a Fernando VII en su momento. Pero mi solución es tan arriesgada como la de la película de Spielberg. Solo a un loco se le ocurriría ponerla en práctica.

El exrey únicamente tendría que hacer dos cosas muy sencillas. Eso sí, las tiene que hacer él. Presten atención porque en cuanto yo las haya dicho vendrán enjambres de expertos a explicar con sesudos análisis técnicos, jurídicos y administrativos que esas dos cosas no se pueden hacer porque son muy difíciles. Pero no lo son. Son muy sencillas.

Las dos cosas son estas.

Primera. Ordenar una transferencia inmediata de sus cientos de millones de euros de Suiza, Andorra, Caimán, Abu Dabi y donde los tenga al Cabildo de La Palma.

Segunda. Regresar a España y ponerse a disposición de la Justicia.

Eso sí que sería un rey de verdad.

Y esta vez ni siquiera tendría que decir “perdón, lo siento, no volverá a ocurrir”.

Esta idea es extensible también a toda la clase política, a sus sueldos y prebendas. Que dejen de halagarnos tanto porque somos muy solidarios, y que sean solidarios ellos por una vez.

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