Opinión

El derrumbe 
de los héroes

A la espera de los movimientos de los cargos cesados, en virtud de la aplicación del artículo 155, Barcelona amaneció el sábado como si nada hubiera sucedido. Ni Puigdemont se había hecho fuerte en su despacho, ni las barricadas cortaban las calles e incluso el director de los Mossos aceptaba su cese y se despedía agradeciendo el honor.

No quiere decir esto que el conflicto y la fractura de la sociedad catalana haya desaparecido. Pero la aplicación prudente del poder del Estado y, sobre todo, la rápida convocatoria electoral es la decisión política más adecuada para enfrentar el mayor desafío de la democracia española.

Queda también por saber si los partidos que, de forma vergonzante y sin enseñar sus papeletas, declararon la independencia van a participar en la nueva contienda electoral. Si sus actuales dirigentes, puede incluso que desde la prisión, van a encabezar las listas de sus siglas.

Pero lo que parece evidente es que, tras los sucesos de jueves y viernes, muchos independentistas de buena fe, que se creyeron a pie juntillas las promesas de sus gobernantes y que soñaron con las puertas abiertas a una arcadia feliz, deben sentirse frustrados, e incluso engañados.

La crónica de lo sucedido en la caótica mañana del jueves, con un Puigdemont negociando, por vías interpuestas, las condiciones para una convocatoria electoral. Su pretensión de obtener garantías de seguridad sobre su futuro procesal, la ruptura de la coalición de Junts pel Si, la negativa de Junqueras a asumir la presidencia de la Generalitat ante la amenaza de dimisión del president mientras los jóvenes en la calle le llamaban traidor, dista mucho de un relato heroico.

Si a todo esto le sumamos lo ocurrido en el pleno del Parlament del viernes, en el que Puigdemont se niega a subir a la tribuna para explicar, en sede parlamentaria, a los ciudadanos de Cataluña, la trascendencia de declarar la independencia y sus consecuencias. Si además el pleno se retrasa porque están negociando la forma de votar sin que se sepa qué vota cada cual en un intento de librarse de las consecuencias penales de sus actos. Y si finalmente el Govern, con Junqueras y Puigdemont al frente, no tiene la gallardía política de desdoblar sus papeletas y enseñar a los miles de seguidores que en la calle les jalean envueltos en la estelada, que han votado sí a la promesa que les hicieron, el relato se derrumba.

Podría suceder que la frustración y el desencanto, sumados al miedo ante el coste económico en el PIB catalán, a los datos de paro que reflejará el INEM dentro de unos días, supongan un descenso en las expectativas de voto para las opciones independentistas. Pero todo dependerá de la eficacia, mesura e inteligencia con la que se administre de forma interina la autonomía.

En el victimismo que ha sustentado el discurso independentista algunos dirigentes comparaban el ansia de independencia de Cataluña con hitos históricos como la separación de la India de Gran Bretaña o el final del apartheid en Sudáfrica. Los ciudadanos de Cataluña han aprendido estos días que sus líderes, además de utilizar en su provecho ejemplos de imposible aplicación, carecían de la brillante madera de héroes que demostraron Mahatma Gandhi y Nelson Mandela.

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