Opinión

Gasolina para los antivacunas

El conflicto con el laboratorio británico AstraZeneca se arrastra casi desde el comienzo de la vacunación en Europa. Las dosis comprometidas con Bruselas se han ido a otros mercados dispuestos a pagar más caro y el brexit no ha facilitado las relaciones con Londres. Pero, una cosa es la guerra comercial y otra las teorías de que detrás de la suspensión en la administración de este fármaco hay una venganza.

El nerviosismo de muchos gobiernos al tomar la decisión de paralizar las inyecciones de AstraZeneca no se justifica si tenemos en cuenta que la Unión Europea tiene una Agencia del Medicamento (EMA), encargada de autorizar la administración de este u otros fármacos y que debería ser la única capaz de suspender la administración en caso de observar riesgos.

Pero en lugar de esperar al diagnóstico científico, y ciñéndonos solo a lo ocurrido en España, las alarmantes noticias sobre casos de trombosis venosa cerebral asociados a este compuesto se han difundido a todas horas en las televisiones y han sido objeto de debate en programas de contenido social, chismorreos y asuntos del corazón. Ni siquiera se esperó a conocer los datos de la autopsia de la pobre maestra, que ha muerto recientemente por un aneurisma cerebral, y cuya defunción se asoció a la vacuna británica. La alarma general, por no hablar del miedo de los colectivos que han sido vacunados de la primera dosis con esta fórmula, ha hecho crecer la desconfianza de la población ante las vacunas. A los negacionistas, a los que no se ponen las mascarillas, les han dado la gasolina que necesitaban para sus campañas. Y de poco va a servir que un político como Boris Johnson, primer ministro del Reino Unido, se ponga la vacuna cuando es el responsable, por su irredento populismo que negaba el riesgo hace meses hasta que el mismo se contagió, de los gravísimos datos de ingresados y fallecidos en su país.

Todo esto ocurre cuando la incidencia en Europa aumenta un 34% sólo en tres semanas posiblemente por la mayor capacidad de contagio de las nuevas variantes, y España se estanca en unos datos que no son tranquilizadores.

Las vacunas, y entre ellas la de AstraZeneca, son el único remedio frente a esta pandemia brutal que ha segado cientos de vidas y que lo seguirá haciendo mientras no haya una inmunidad general. Todos los medicamentos tienen efectos secundarios como han recordado estos días los epidemiólogos. Lo que hace falta no son campañas de alarmismo a la población sino mayor celeridad en la distribución y administración de las dosis. Y, sobre todo, para tranquilidad general, que antes de disertar sobre temas de ciencia se escuche a los expertos. Son los únicos que saben.

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