Opinión

La praza pública

Madrid se ha convertido en una enorme plaza pública. Dos platós de televisión, interconectados entre sí, el Congreso y el Supremo, donde se dirime el futuro del Estado para los próximos meses. Mientras, la ciudadanía asiste entre el estupor y el desencanto a las declaraciones grandilocuentes del victimismo independentista y al ardor político en la defensa de España.

Las elecciones generales sobrevuelan ambos escenarios y fomentan las frases apocalípticas que no condicionarán el futuro. Y no lo harán porque la clase política del siglo XXI es el vivo reflejo de una sociedad líquida donde todo es efímero, sin sustancia, de cara a la galería. Incluso la Democracia, ese invento griego con tantos siglos de historia, puede tener múltiples significados según quien la defienda.

El diputado de ERC, Joan Tarda, mostró desde la tribuna del Congreso, con verdadero sentimiento, la fotografía del banquillo en el Supremo para recordar a sus señorías que los escolares catalanes del futuro estudiarán esta afrenta. Parece olvidar que los vientos de la historia colocan a cada uno en su lugar o lo destierran al olvido. Precisamente el independentismo catalán se aferra a supuestos datos históricos que no son ciertos.

Porque en el Congreso, ayer, se habló de todo menos de las cuentas públicas. De nada sirvieron las admoniciones de la presidenta Pastor apelando a que se hablara "de lo que toca", o la encendida defensa de las bondades de los presupuestos de la ministra Montero. Cada uno a lo suyo, a su campaña electoral.

Por su parte el tribunal que juzga el "proces", con Marchena en la presidencia, escuchó sin pestañear un mitin político que describió el juicio como "una causa general contra el independentismo". Mientras, en la primera fila del público y con el lacito amarillo de rigor, Torra saludaba a los procesados y Junqueras, en un gesto para la galería, se negaba a girar la cabeza. Detalle que fue inmediatamente destacado como símbolo del conflicto interno del soberanismo. Como si hiciera falta mayor gesto que la comparecencia en Berlín de Puigdemont, en una rueda de prensa, para que nadie le reste protagonismo.

La clave política sobre la que pivota todo es, ahora, la fecha de las elecciones generales. Las fechas saltan del 14 al 28 de abril o al superdomingo de mayo. Se suponía que para mayo el juicio en el Supremo estaría visto para sentencia. Pero, de adelantarse a abril, ¿se suspenderá la vista para no coincidir con la campaña electoral? Si no es así ¿se va a dar al secesionismo catalán el regalo de convertirse en el eje de una campaña electoral al Parlamento del Estado? No se preocupen, la cita será cuando el que tiene la potestad de convocar los comicios, Pedro Sánchez, considere más favorable para sus expectativas electorales. Así es la política.

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