Opinión

La sombra de Blas Piñar

Justo el fin de semana en que se celebraba el cuarenta aniversario de la Constitución conocemos la detención, en Brasil, de Carlos García Juliá, uno de los pistoleros que asesinaron a quemarropa a los abogados del despacho laboralista de la calle Atocha.

Ocurrió un año antes de que se votase la Constitución, y fue la prueba evidente de que la Transición no iba a ser fácil. Los franquistas, y eso que todavía no se había legalizado el Partido Comunista, estaban dispuestos a perpetuar el régimen a punta de pistola. Precisamente los asesinos eran jóvenes muy cercanos al líder de Fuerza Nueva, Blas Piñar.

García Juliá aparecía siempre en los actos guardando las espaldas al dirigente de la extrema derecha, con los correajes de falangista, y el gesto marcial. En aquellos años, cuando gente como él aparecía en una calle, era mejor cambiar de acera porque la policía miraba hacia otro lado cuando se producía una agresión fascista.
Se habla con cierta alegría de los fallos de la Transición, del pacto por la democracia y la nostalgia por esa ruptura radical con el régimen franquista que nunca llegó. Pero, incluso sin el borrón y cuenta nueva, muchos demócratas fueron asesinados por pistoleros de extrema derecha, y esta sociedad tiene la obligación y el deber de honrar su memoria.

Los abogados Enrique Valdevira, Luis Javier Benavides y Francisco Javier Sahuquillo, el estudiante de Derecho Serafín Holgado y el administrativo Ángel Rodríguez Leal, fueron acribillados a tiros por García Juliá y José Fernández Cerra, mientras Fernando Lerdo de Tejada vigilaba la puerta del despacho de Atocha 55.
García Julia recibió un incomprensible permiso penitenciario para irse a trabajar a Bolivia y, como era de esperar, nunca más volvió. Lerdo de Tejada no llegó a cumplir pena porque también se dio a la fuga y nunca se ha vuelto a saber de él. ¿Es imaginable, a día de hoy, que unos asesinos confesos pudieran darse a la fuga con tanta simpleza? Lo ocurrido, y el silencio clamoroso de cientos de miles de personas que acompañaron los féretros por un Madrid sombrío y atemorizado, es un magnifico retrato de la España de hace cuarenta años.

¿Alguien puede imaginar que los "camaradas" de Piñar no le contaran al líder el escarmiento que planeaban contra los abogados "rojos" de la calle Atocha? ¿Encubrió la policía la fuga de Lerdo de Tejada? ¿Por qué no se ha detenido hasta ahora al asesino García Julia si, incluso, había cumplido pena por tráfico de drogas en uno de los varios países de Sudamérica donde ha vivido tan tranquilo?

Una mujer, Lola González, herida gravísimamente ese día, fue la víctima más dolorosa de la historia del múltiple asesinato. Siendo estudiante, la policía franquista arrojó por la ventana de la Dirección General de Seguridad a su novio, Enrique Ruano, detenido por actividades subversivas. García Julia asesinó en Atocha al que era entonces su marido, Francisco Javier Sahuquillo.

Lola apareció muerta en su casa hace unos años. Seguramente había perdido la esperanza de que la democracia consiguiera devolver a la cárcel a los asesinos.

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