Opinión

Chascarrillo inocente

Últimamente están los ánimos “jodidos” entre los pensionistas; habían estado hasta ahora calladitos, siempre cediendo el protagonismo en la calle, bien a trabajadores guiados por centrales sindicales, bien a estudiantes en contra del modelo educativo, o bien a movimientos de indignados que cuestionaban el sistema capitalista mismo por sus presuntos efectos perniciosos sobre las capas sociales más débiles.

Pero eso se acabó y ahora a nuestros jubilados y mayores les ha dado por salir a la calle, cómo decirlo, contenidamente desaforados -la artrosis de unos y el Sintrom de otros no dan para demasiadas alharacas ni carreras delante de los antidisturbios- para reclamar un trato justo y unas pensiones acordes con el coste de la vida que les permitan, siquiera sea modestamente, llevar una vida digna.

Sin lujos ni derroches, pues nadie mejor que ellos sabe lo que vale un peine. Y quien dice peine dice una vida tachonada de penurias y privaciones. 

Así que han decidido salir a las calles a protestar por sus míseras pagas. Entonces díganme cómo no empatizar con ellos, cómo no sentir una mezcla de orgullo y reconocimiento al pasear por una plaza y encontrarte con un grupo de ancianos, libres de cualquier manipulación partidista, con ideología variopinta y sin más nexo en común que la igual indignación, alzando su voz frente al Gobierno, diciendo que hasta que aquí hemos llegado, que su voto no es ni será ya cautivo y que por eso se han de atender sus reivindicaciones.

¡La madre que los parió -debe de bufar más de uno en el Gobierno- ahora resulta que a los viejos de este país se les da por protestar! ¿Qué carajo les habrá pasado? ¿Cómo templar sus ánimos si nunca se habían mostrado destemplados? Sus protestas en la calle, por su sinceridad y espontaneidad, los han pillado con el pie cambiado y sin un argumento veraz que les convenza de que están equivocados. Porque la verdad es que no lo están.

Claro que a falta de argumentos convincentes, y vista su terquedad, siempre podemos mandarlos a freír puñetas. O como dijo la Señora Martínez Castro, secretaria de estado de Comunicación, al observar a unos pensionistas que abucheaban en la calle (libertad de expresión, creo) a Rajoy en un acto en Alicante, dan ganas de “hacerles un corte de mangas de cojones y decirles os jodéis”.

Sí, ¡que se jodan!, como ya le había espetado en el Congreso a los parados la diputada Andrea Fabra, ínclita hija del aún más ilustre expresidente de la Diputación de Castellón Carlos Fabra. En Alicante a la Sra. Martínez Castro solo le faltó hacer la peineta mirando hacia los pensionistas, y con la salacidad propia de quien se cree superior en cargo y poder, blandiendo su nómina de más de cien mil euros al año, decirles bien alto “ahí os jodéis”.

El Real Decreto 766/2017, de 28 de julio, por el que se reestructura la Presidencia del Gobierno (BOE 29 de julio) recoge como las dos primeras funciones de la Secretaría de Estado de Comunicación: a) la coordinación de la política informativa del Gobierno y la elaboración de los criterios para su determinación, así como el impulso y la coordinación de la política de comunicación institucional del Estado, y b) la elaboración y difusión de los comunicados del Gobierno y de su Presidente y la reseña de las actividades del Consejo de Ministros.

Ya, ya sé que ese desaire maleducado y soez dirigido a los pensionistas no constituye un comunicado institucional, pero el hecho de que su autora sea la máxima responsable de la comunicación gubernamental debería de sacar los colores a más de uno. Pero nada de eso, al final todo ha quedado en un comentario jocoso, en un chascarrillo inocente de quien, estoy seguro de ello, se quedó rosmando y con las tremendas ganas de gritar a los cuatro vientos eso de que “ahí os jodéis”.  

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