Opinión

El diputado Rufián

Es un patético payaso sin gracia; y eso que no me parece justo que se mente el oficio de clown de modo despectivo, como un insulto, cuando hacer reír de modo inteligente es un arte (Charlie Rivel, qué bueno eras, cómo me reía con tu llanto terminado en aullido); por eso quizás payaso no sea la palabra más exacta para definirlo, pues si con su comportamiento pretendía provocar carcajadas erró en el empeño. Mejor sería decir tontolaba, así, a secas, igual que aquél a quien le tocaba el haba del roscón de reyes y por eso tenía que pagarlo (de ahí la expresión "tontolaba"), a éste le ha tocado, parece que por asentimiento tácito de sus seguidores en Cortes, no el haba, sino el papel de faltón y maleducado, de apariencia chulesca, que se regodea y vanagloria de cada insulto que lanza. 

Ya se imaginarán que hablo del Excelentísimo Señor (manda carallo) don Gabriel Rufián Romero (su tratamiento cuando "ocupa" escaño es el de señoría), diputado de ERC y vergüenza nacional; nada tiene que ver esta crítica con su ideología política, pues lo mismo diría de él si fuese miembro del PP, PSOE, Cs, Podemos, Coalición Canaria o Partido Animalista. No es su militancia lo que me repugna, sino su conducta en el Congreso, algunos dicen que más propio de una taberna que de la sede del poder legislativo -aunque he visto más gallardía en humildes hombres acodados en la barra de un bar que en este chulo diputado-. El miércoles pasado fue expulsado del Congreso por la presidenta Ana Pastor tras haber lanzado una sarta de improperios contra el ministro Borrell y haber desobedecido las reiteradas llamadas al orden por parte de aquélla. Merecidísima expulsión. 

Pero hete aquí que también tiene su horda de valedores el señor Rufián, del que incluso jalean ese comportamiento que, por desgracia, no es nuevo en él; entre sus defensores podemos distinguir dos clases: los hay que piensan que, ¡bah!, ese "estar" en el Congreso como en el bar de la esquina jugando al tute subastao (¡arrastro!), palillo en boca (o en la oreja, que también los hay), arremangao, y muy pero que muy echao p'alante no es sino un sano ejercicio de "democratización" de la vida política, una especie de aire fresco que vendría a paliar esa gris y solemne seriedad ya trasnochada de los diputados. Y si hoy ya no se estila en la vida diaria ni ceder un asiento, ni dar los buenos días al entrar en una tienda ni tratar de usted a un profesor…, a qué viene entonces preservar esas (educadas) formas pomposas y arcaicas en el Congreso. Lo moderno y lo demócrata ahora es la gresca y la jarana, como si las Cortes fuesen un foro de reunión pandillera. Y después están esos otros defensores de la conducta del diputado más sutiles, que se alían con eso de que "o estás conmigo o estás contra mí". 

Me explico: si osas criticar duramente ese hacer chabacano y faltón del diputado en Cortes, entonces es que eres cómplice de la corrupción política, del latrocinio de la banca, de los recortes sociales y de qué sé yo cuántos ataques más al Estado del Bienestar. Vienen a decir, por ejemplo, que sí, sí mucho criticar a Rufián pero, ¿no te parece más grave lo de la privatización de la Sanidad, o que han pillado a ese alcalde metiendo la mano? Como si uno no pudiese rechazar la zafiedad en el Congreso y al tiempo exigir la máxima honradez a nuestros responsables políticos.
Dice Iñaki Gabilondo, con razón, que "por culpa de los curas, mucha gente perdió la fe en Dios; por culpa de los políticos, mucha gente está perdiendo la fe en la democracia".  Nos tomamos a pitorreo estas salidas de tono vergonzosas. Nos hace hasta gracia. A tal punto de insensatez hemos llegado. Ojalá no sea tarde para cambiar las tornas y recuperar la cordura en la vida política, tan sobrada ahora de chulos y gamberros.

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