Opinión

Los "me gustas" de antes y los de ahora

Todos nosotros, al llegar a esa difícil etapa de la adolescencia (doce, trece, catorce años), sentimos en mayor o menor medida una necesidad de autoafirmación frente a los demás; cuando se van conformando las pandillas de chavales en torno al liderazgo de alguien; cuando las hormonas bullen y no hay nada más importante que la diversión en grupo; cuando surge esa primera y fascinante atracción hacia el chico o chica cuya mera visión -descubrimos un día de repente- nos excita y nos turba el sueño, es ahí cuando el constatar que gustas a los demás, que te ven guapo o guapa, que vuelven la mirada a tu paso…, todo ello te hace sentir (¡inocentes!) un ser invencible de liderazgo incuestionable.

Sitúense en esos catorce años, acuérdense de las pandillas de chicos y chicas y les vendrá a la memoria el gallito que siempre llevaba la voz cantante, la chica que los volvía locos a todos… también las cartas escritas a su amor secreto que quizás nunca se atrevió a enviar. Y era siempre así: el que ejercía el rol de jefe de la panda era el más atractivo frente a los demás. Al resto sólo le cabía seguir su rebufo, por si había suerte. El modo en que en esa época se lograba la reafirmación por parte de los demás era bien simple, pero difícil de conjugar: la gracia, la chulería, el arrojo, el descaro, y todo unido a la belleza o atractivo, constituía la fórmula infalible para captar muchos “me gustas” (o likes, en terminología cibernética). Claro que no había ni emoticonos ni corazoncitos en móviles, ni caritas en perfiles de redes sociales. Un gesto, una sonrisa, un mensaje a través de un amigo común, un rubor en la mejilla o su nombre enmarcado en un corazón grabado en el tronco de un árbol eran los modos de confesión de la rendición ante el amor adolescente. Mucho más personal que lo es ahora. Más íntimo, y por eso tan arrebatador.

Los que hoy son adolescentes, claro, buscan igualmente esa adulación y la  reafirmación  de un liderazgo entre los suyos; la era de internet les ha abierto un sinfín de oportunidades para alcanzar tal fin, pero ahí se puede empezar a distorsionar la realidad: la ilusoria creencia de que uno es aceptado por los demás o de que tiene multitud de admiradores se alimenta ficticiamente con el número de seguidores que puedan tener en sus perfiles en las redes sociales (principalmente YouTube, pero también Instagram y Twitter). Es ahí donde surgen graven problemas, pues hay una peligrosa tendencia al puro exhibicionismo entre jóvenes de doce o trece años, que no dudan en subir a sus cuentas de internet videos practicando sexo o masturbándose; jóvenes de toda condición social y de uno y otro sexo (no se equivoquen) que se graban en actitudes de explícito contenido sexual, rayano en lo pornográfico, y que luego cuelgan en sus perfiles en búsqueda del mayor número de seguidores y likes en sus publicaciones.

Un exhaustivo informe de la Unidad Central de delincuencia cibernética de la Policía Nacional ha identificado a 110 menores (aún se investigan muchos casos más) que habrían publicado esta clase de videos; efectivamente, tras identificarlos, la mayoría de ellos reconoció que lo había hecho con el afán de captar más seguidores y “me gustas” en internet; algunos confesaron que adultos les habían pedido esos videos a cambio de contraprestación, lo que enlaza ello con la maraña infame de las redes de pedófilos. Nada sabía el 99% de los padres que fueron advertidos de la conducta de sus hijos. No sabían que éstos vendían su intimidad y se prestaban al exhibicionismo sexual a cambio de un puñado de corazoncitos y pulgares hacia arriba en una red social.

No se trata de demonizar a los adolescentes de ahora ni el uso de las redes sociales. Vivimos en la era en que vivimos. Se trata de convencerlos de que, exhibiéndose sin pudor en actitudes de explícito contenido sexual, acabarán siendo muñecos rotos con un montón, eso sí, de “me gustas” virtuales.

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