Opinión

Los que hoy lo pasan mal

Si la desprecias a diario es que nunca la has merecido ni la merecerás jamás. Ni a ella ni a ninguna otra; si te crees con derecho a posada y cama caliente sólo porque te cuelga un apéndice entre las piernas, colgajo con fecha de caducidad, además de sobrarte ese apéndice te falta una buena dosis de masa gris. Si das por hecho que ella te va a querer eternamente porque, al ser tú hombre, va a necesitar siempre de tu masculina protección, es mejor que ella vuele sola y así serás tú el que se quede absolutamente desvalido. Si la quieres en casa porque crees que así la podrás “controlar” mejor, aún no has entendido, duro de mollera, que a ninguna mujer uno debe controlar, sólo así el amor es verdadero y libre. Si la maltratas no únicamente quebrantas las leyes escritas sino que atentas contra la bondad intrínseca del ser humano y te convierte en el más ruin de sus especímenes. Si la sometes por razón de la fuerza física, si la desprecias o infravaloras, no trates de engañarnos con excusas vacuas -es el amor el que me ciega, la amo tanto, pero tanto, que la quiero por y para mí-, ese discurso es el usado suciamente por los cobardes, pese a que hoy en día éstos parecen sacar pecho ante una oleada cavernícola y retrógrada que pretende copar nuestras instituciones. Si eres de alguna de esas clases de hombres, lo siento chaval, hoy lo tienes que estar pasando realmente mal.

Puede que te moleste que ella triunfe en su puesto de trabajo; puede que creas que ella no merece ese ascenso tanto como tú. Incluso es posible que hayas pensado -con la bragueta más que con el cerebro- que si ella ha llegado hasta ahí es porque (te jugarías una cena con los amigos) seguro que se ha camelado al jefe con sus encantos. Si es así, quién sabe, a lo mejor eres tú quien no merece ese puesto, de tan mediocre e inseguro que pareces. Puede que la mires con envidioso desdén desde tu mesa deseando que incurra en el más mínimo fallo, y así ver reafirmada aún más tu férrea convicción de que donde mejor está es en su puñetera casa cuidando de los hijos. Puede que nunca superes el trance amargo de ver cómo una mujer (¡una mujer!) te da órdenes en la empresa porque es tu superior; es posible que busques alianzas entre los tuyos frente a ella, ¡es que mira los humos con los que entra!, piensas, ¡y parecía tonta la mosquita muerta ésa! Si eres de alguna de esas clases de hombres, lo siento chaval, hoy se te tienen que estar revolviendo las entrañas.

A lo mejor te parecen exaltadas las que hoy salen a la calle para seguir reclamando igualdad real. A lo mejor eres de los (o de las) que creen que todas ellas están mediatizadas, manipuladas, politizadas, radicalizadas; si lo crees así aún es más  necesaria su protesta porque tú, necio, le sigues negando su libertad de criterio; a lo mejor te sientes intimidado, atacado, herido, insultado al ver que una, mil, cientos de miles de mujeres, valientes, dejan sus puestos de trabajo y se manifiestan por la desaparición de toda discriminación sexual; si es así, si te crees directamente aludido por sus protestas tienes razón en estar hoy soliviantado, y es que comprendo que cuesta mucho dejar atrás prebendas que parecen modernos derechos de pernada. A lo mejor aún no te has dado cuenta, patán, que tu enojo aún las hace más fuertes, que tu crítica no las amilana, que tu discurso rancio hace el de ellas aún más necesario.
Eres muy libre para apoyar o no sus reivindicaciones, faltaría más. Eres muy libre también para verlas como enemigas al asalto de tus ancestrales privilegios; si es así, si temes que bajo tus pies el suelo se remueva y caigas del pedestal desde el que tanto cacareabas, debo decirte que me alegro enormemente de que hoy lo estés pasando realmente muy mal.

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