Opinión

Más viejos

Si uno da un paseo cualquier día por las calles de Ourense pronto advertirá lo que las estadísticas oficiales reflejan: somos una ciudad de población envejecida. Somos vellos de carallo. Aún se ven niños jugando en los parques y aún hay ajetreos, prisas y mochilas a la espalda en las puertas de los colegios los días laborables. Pero la tendencia desde hace décadas es que, irremediablemente, nos hacemos viejos, tanto, que la media de los vecinos de esta ciudad se sitúa ya en los cuarenta y siete años. Puestos a ser quisquillosos diré que la media de ellos es de 45 años y la de ellas 48,8, pues los hombres dejamos este mundo antes que las mujeres, otro síntoma más de que ellas son mucho más fuertes. Y si esto pasa en la ciudad el panorama aún es más desalentador si nos adentramos en la provincia, pues la media sube a los 51 años (49 los varones, 52 ellas); en el mundo rural es habitual ver aldeas enteras abandonadas, pueblos fantasma en los que tan solo se escuchan muy de vez en cuando los pasos tenebrosos de la Santa Compaña vagando por entre sus piedras en busca del último ser vivo incauto de la aldea. 

La provincia de Ourense se sitúa a la cabeza de las poblaciones más envejecidas de España; bueno, dirán algunos, en algo somos los primeros en la clasificación nacional, y eso, insistirán, también es un ejercicio de Ourensanía, término que no sé exactamente lo que significa, pero que se usa a diestro y siniestro (más a diestro que a siniestro, ésa es la verdad) para seguir tapando las carencias y vergüenzas de esta provincia, una tierra que envejece y se desangra sin que parezca ya posible revertir la situación. Y como hoy vivimos más y mejor que hace cuarenta años y parimos bastante menos, en nada veremos escuelas rurales reconvertidas en geriátricos y pueblos abandonados vendidos como un solo cuerpo por cuatro perras para que extranjeros acaudalados rehabiliten a su gusto pazos o antiguas casas rectorales y se retiren a la vida contemplativa entre parajes hermosos sin que nadie les pueda molestar. Otra forma de ver el turismo rural, supongo.

Estábamos en que la media de edad ourensana ronda ya los cincuenta años. Es una barbaridad que aún podría ser de mayor calado si no fuera porque la inmigración logra, en cierta medida, paliar la sangría poblacional de la provincia y su envejecimiento. En el año 2018 la población extranjera (ésa tan invasora, ésa que nos viene a robar y a quitar puestos de trabajo, ¿verdad?) aumentó un 4,3 %, de suerte que en la provincia hay censados 13.264 extranjeros, cuya edad media es de 39 años, 12 menos que la población nativa ourensana (51). Y así resulta que esa inmigración peligrosa y contaminante que pone en peligro nuestros valores patrios…, ésa es la que está sosteniendo a duras penas nuestra pirámide poblacional en parámetros no demasiado críticos, por el momento. Y yendo más allá es fácil pensar que, si cada vez nos hacemos más viejos, vivimos más y nacen menos nativos, la pensiones corren peligro de extinción, por lo que esos inmigrantes que nos “invaden” pueden ser parte de la solución para garantizar las prestaciones de vejez; y también es lógico concluir que una tierra envejecida es poco atractiva para los negocios y empresas, que sin éstas no hay trabajo, sin trabajo no hay riqueza ni perspectivas de futuro, toda una rueda que nos lleva a morir lentamente. Y sin embargo esa inmigración, qué curioso, puede servir de ayuda esencial para revertir esa situación.

Sigamos apelando a la pureza de sangre; sigamos denostando el mestizaje. Así hasta que solo un par de monos de sangre muy goda se vean solos en un páramo desierto. Sin territorios invadidos ni población que reconquistar.

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