Opinión

Una moneda en la mano

A veces no sé qué decirte; sospecharás entonces que, pese a verte a diario, en realidad ya te he olvidado, o que se ha perdido entre las historias de mi pasado nuestra propia historia, tan lejana queda la primera vez que nos encontramos. Creerás que nuestro cuento, de tan corriente se ha vuelto vulgar, sin capacidad ya de seducción ni de sobresalto, desnudo de la emoción casi insana que excitaba nuestros vellos a la mínima mirada entrelazada los primeros días en cualquier esquina de nuestra ciudad. Pensarás temerosa que los años crueles van dilapidando el tesoro que se regala a los enamorados, que inconscientes lo van gastando y gastando hasta que solo les queda una triste moneda en la palma de sus manos. Y mirando esa moneda temerás que ahora solo es una bagatela que ni siquiera alcanzará para comprar un abrazo tierno o una caricia fugaz, algún roce que por un instante te permita recodar que en tiempos lejanos fuiste de verdad amada. Llorarás en silencio, en las sombras de tu rincón de casa te ahogarás en un mar de melancolía; echarás en falta las palabras calientes y las miradas de deseo que a tu paso despertabas cuando eras joven. Bastaba un par de tus pasos seguros para que ganases la batalla del deseo. Y la misma que hace años se creía segura de los amores que en voz baja le confesaban, ahora esquiva el espejo de la sala para que nada ni nadie le recuerde que la vida ha pasado, pasa y pasará por encima de su cara. 

Echarás en falta, en fin, una palabra de admiración, aunque pienses que no será del todo verdadera; querrás escuchar que aún queda en esa pareja rescoldos de las llamas que un día encendieron las dos vidas y las llenaron de rojo y de ilusión; y aunque después se fue tiñendo de gris perdiendo el brillo incandescente de antaño, desearás oír alguna noche la voz que dejó marcada en tus entrañas por primera vez la frase Te amo. 

No se pueden recuperar los días pasados. El niño que sale del útero materno empieza su propia vida, pero también echa a andar el camino hacia su propia muerte, aunque allí tarde cien años en llegar; pero siendo esto cierto, ¿quién podría decir que su vida vale menos el último día de lo que vale el primero? Lo mismo pasa con el amor: al descubrirlo nos emborrachamos con sus esencias hasta perder el sentido, no somos dados entonces a la mesura, pues de suyo va el derroche con la pasión incontenida. Somos irreflexivos, impacientes y huimos de consejos que nos suenan a historias demasiado viejas. Así vamos disfrutando durante largo tiempo del tesoro aquel que ya te dije se regala a los enamorados, gastándolo sin plan de ingresos y gastos ni previsiones de reposición a largo plazo. Pero ese largo plazo de repente se transforma en el ahora, y al mirar la palma de tu mano descubres con tristeza que solo te queda una triste moneda como resto de aquel caudal. Y el pánico a la vejez, al olvido, al desamor y a la rutina que todo lo diluye en gris se apodera de ti, como un mal presagio, como augurio del final del camino fugaz.

Quiero decirte algo: guarda tu moneda para luego, y deja que yo derroche contigo mi última moneda. Sin ti la mía no vale nada. He gastado contigo mi tesoro, he gastado la pasión, el exceso y la irreflexión de los enamoramientos; pero he guardado hasta el final esta medalla como prenda y señal de que, aunque ya hayan pasado muchos años, quiero comprar contigo un pequeño trozo del pasado. Y cuando ambos, entrelazados, lo hayamos acabado, abre tus manos, mira tu moneda, y piensa que yo aún daría lo que fuese por robarte esa moneda, y con ella comprar para ti, y solo para ti, otro pequeño trozo del pasado.

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