Opinión

Para pensárselo bien

Quién lo iba a decir. Resulta que, dejando aparte la holgadísima victoria de Felipe González en el año 1982 cuando el PSOE obtuvo 202 diputados, y olvidándonos también de la derrota inesperada del entonces delfín de Aznar, Rajoy, a manos del cándido Zapatero, ninguna otra contienda había levantado tanto revuelo en España y había removido en sus asientos tanto culo caliente y agradecido, como las recientes elecciones al parlamento europeo. La tormenta también se ha extendido por toda Europa, como borrasca profunda, sobre todo en aquellos países en los que la extrema derecha ha irrumpido con inusitada fuerza. Y no será porque voces autorizadas -a las que tachaban de alarmistas los que hoy se escandalizan-, no viniesen advirtiendo de un tiempo a esta parte de los riesgos que implicaban las políticas insolidarias y serviles en favor de intereses financieros que predominaban en Europa. Una Europa a la que muchos han pasado de considerarla amiga a enemiga, y por eso ahora la quieren dinamitar. Es evidente que el resurgir de la extrema derecha es una respuesta al desencanto de gran parte de la ciudadanía, que ha reaccionado así frente a lo que consideran, de hecho, una dictadura alemana, y frente a un injusto sometimiento y subordinación a las directrices marcadas por poderosos grupos financieros, el FMI y el BCE. El éxito de grupos de ideología xenófoba nos recuerda vagamente al florecimiento de movimientos fascistas en la Europa de entreguerras, como respuesta al miedo a la hegemonía de las potencias de aquella época. Hoy igualmente cunde entre los seguidores de estos partidos radicales la idea de que solo políticas excluyentes, nacionalistas, en todo caso antieuropeístas, pueden servir de contrapeso y baluarte frente a la moderna dictadura de la economía financiera. Y ahora estos estúpidos oligarcas se llevan las manos a la cabeza y gritan ¡Europa, quo vadis!

Pero de lo que quería hablar era del resultado de las elecciones europeas en nuestro país. Y decía que salvo en aquellos dos comicios a los que antes me refería, nunca antes se había producido terremoto semejante. Primero porque la bofetada con la mano abierta que han recibido los dos grandes partidos se ha escuchado del otro lado del Atlántico; bofetada que, dicho sea de paso, es absolutamente merecida, a unos por su prepotencia y su insensibilidad frente a la angustia de gran parte de la población; a otros por querer mostrarse como alternativa real cambiando solo el atrezo en lugar de trocar a los personajes y las ideas; y a ambos porque están tan alejados del pueblo, su desapego es tal, que éste los toma como rémoras que lastran las decisiones del futuro. Por cierto, ya puede el PSOE darle las gracias a Felipe González por su original idea de un pacto entre los dos grandes. Por ahí se escaparon, en un cálculo a vuelapluma, cientos de miles de votos.

Sin embargo la sorpresa mayúscula ha sido la aparición estelar de movimientos que hasta hace bien poco eran motivo de mofa o desprecio. Además del éxito indudable de formaciones como EQUO o Ciutadans, que han obtenido representación parlamentaria, resulta que hay unos cuantos piojosos, perroflautas, harapientos, proetarras y castristas que se han convertido en la cuarta formación política en España. Y quien dice unos cuantos dice un millón, y que se hacen acompañar de un coletas adicto a las tertulias junto al ínclito Marhuenda, y de un fiscal rojeras llamado Jiménez Villarejo. ¿Hay en España un millón de ciudadanos antisistema, como dice alarmadísimo algún dirigente vividor, o es más bien que a ese millón le han tocado demasiado las pelotas? Y por cierto, sepan que cuanto más ladran algunos, más cabalgan los que han aparecido al galope. Es para pensárselo bien.

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