Opinión

RECREACIONES

El tipo está sentado en la sala de espera del centro de salud mental. Es la primera vez que acude a ese lugar. Hay bastante gente en la sala; mira alrededor y cuenta quince personas. 'Como todos estén delante de mí, no salgo de aquí ni a la hora de comer', piensa contrariado. Se arma de paciencia y saca su teléfono móvil para conectarse a internet y hurgar en los últimos mensajes y correos electrónicos recibidos, ninguno de gran importancia. Pero de repente percibe algo extraño: tiene la sensación de que le está observando la persona que tiene justo delante, sentada en una silla del otro lado de la sala. La mira de soslayo y comprueba que es así; unos grandes ojos fijos en él, sin pestañear, aparentemente inexpresivos, pero concentrada en ellos toda la fuerza del rostro. Tanta fuerza que tiene que bajar la mirada hacia su teléfono, deseando que aquellos ojos se cansasen y dejasen de fijarse en él. Siempre le gustó contemplar a la gente en los sitios públicos, pero ahora parecía él la víctima de esa manía. 'Solo somos dos personas que han cruzado por azar sus miradas; si levanto la cabeza seguro que la veré mirando a otro lado'. Y pensando esto alzó la vista. Aquellos ojos lo seguían escudriñando, y ahora lo hacían con más fijeza, más inquisitivos, más misteriosamente curiosos que antes. Esta vez aguantó un poco más lo que parecía un reto, un juego provocador de aquella muchacha de poco más de veinte años, que permanecía inmóvil sentada en su asiento, sin otro quehacer aparente que mirarlo, como si nadie más existiese en aquella estancia. Aquello empezaba a incomodarlo; pensó que sería ridículo levantarse, acercarse a ella y decirle '¿ocurre algo?, ¿nos conocemos?', o más directamente '¿por qué me miras así?' Se removió en su silla y ladeó la cabeza hacia su izquierda, intentando dar un ápice de normalidad a aquella escena absurda, en la que una chica mucho más joven que él lo estaba sacando de sus casillas. Sin embargo, a los pocos segundos sintió la atracción de mirarla de nuevo, de empezar también él a jugar a la provocación recíproca, al desafío sutil que le lanzaban aquellos ojos misteriosos. Giró la cabeza con el ánimo decidido a no esquivarla, a mantener sus ojos fijos en ella, incitándola a proseguir la travesura propia de dos adolescentes que se ven de repente sentados uno enfrente del otro en el vagón del metro, y se sienten atraídos al instante.


La miró por tercera vez, y algo había cambiado. Los ojos embrujados refulgían aún más, pero en su boca se dibujaba una leve sonrisa, casi imperceptible, y sus labios se movían, como si le estuviese diciendo algo. Le llegaron sus palabras nítidamente: 'Estás aquí por la misma razón que yo, ¿no es cierto? Vienes a buscar una respuesta, un consuelo, una frase amable'. Nadie más parecía haberse percatado de su clara voz en aquella sala en silencio, y sin embargo estaba seguro de que le había hablado. ¿Qué estaba pasando? 'Nadie nos escucha, estamos tú y yo solos; el resto son solo imágenes ideadas por tu mente. No son reales.'. 'No, no estoy loco, solo vengo a la consulta por mi ansiedad, una mala racha', pensó él. Alargó su brazo hacia la mujer que tenía a su izquierda, pero no sintió más que aire frío, como si atravesase un holograma. '¿Te das cuenta ahora? Solo tú yo seguimos aquí. Aún no nos hemos rendido'.


Se levantó, fue hacia él y le tendió la mano. Aquella carne era real; al sentir su tacto suave los espectros se evaporaron de repente. 'No soportan el calor humano, por eso huyen a su mundo tenebroso. Acompáñame siempre y no los verás más'. Él le hizo caso y nunca más se separó de ella.

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