Opinión

Regeneración y gestos

El PSOE busca un líder que lo salve de la agonía permanente en la que vive sumido; una persona que lo libere del lastre que viene arrastrando desde hace mucho tiempo, de sus vicios de poder establecido, de su condición de miembro de una recua de partidos que se ha revelado corrupta y muy alejada de los intereses reales de la sociedad. Se propone encontrar a una persona que, como secretario general, regenere el partido, le dé vuelta y media y lo limpie de tanta porquería que como pátina se ha metido en sus entrañas, y también a un candidato que se presente como alternativa real en la lucha por recuperar el gobierno de la nación en las próximas elecciones generales.

Y si lo primero implica democratizar el partido, hacerlo cercano a las bases de sus militantes y simpatizantes, conseguir que éstos no sientan vergüenza por unas siglas que, en otros tiempos, lucieron orgullosos en sus solapas, y que puedan recuperar el control que ahora detentan los llamados barones territoriales del partido (curiosa forma aristocrática de llamar, con su aquiescencia, a los dirigentes regionales de un partido que se dice obrero), lo segundo requiere un esfuerzo por convencer a los millones de votantes que le dieron la espalda (y que lo seguirán haciendo si el nuevo líder no lo remedia), de que pueden volver a ser una alternativa sólida al poder de la derecha, con un proyecto de estado que haga prevalecer los interés colectivos de las personas sobre los corporativos e individualistas, y sobre todo con una manera de gobernar que pueda enaltecer en lugar de vilipendiar el sumo arte de la política, esto es, la voluntad de trabajar en beneficio de la sociedad. Arduas tareas ambas.

El nuevo líder del PSOE ha de tener el pulso firme para remover los cimientos de ese elefante y para eliminar la oligarquía imperante en las direcciones federales y regionales. ¿Podrá hacerlo? ¿Le dejarán? Y es que si después de su elección todo sigue igual dentro del partido, pocas o nulas posibilidades de éxito tendrá en las próximas contiendas electorales, pues pasada la efímera ilusión inicial ante una cara nueva, volverán a aflorar los vicios de siempre.

Pero la política, por suerte o por desgracia, también es cuestión de detalles, de gestos que denoten una voluntad real de cambio, sobre todo cuando está en juego la supervivencia de un partido que ha provocado tanta desilusión dentro y fuera de sus filas. El que salga elegido en la lucha abierta por la secretaría general del PSOE debería empezar a trabajar desde el primer día por dignificar la vida política de este país, en la responsabilidad que a él le atañe. Y lo tendría que hacer a base de gestos claros en tal sentido. Así, podría empezar por emplazar a los diputados miembros de su partido para que renunciasen a viajar en avión en clase preferente, sobre todo cuando nadie entiende la permanencia de tal privilegio. Gestos. Y si quiere ganar adeptos, debería obligar a que presentasen su dimisión los miembros de su partido que ocultaron la tenencia de planes de pensiones gestionados por SICAVS domiciliadas en paraísos fiscales (algo que aunque sea legal, es sin duda vergonzoso), y sin embargo se les llenaba la boca con críticas a la amnistía fiscal y a las prácticas elusivas de las que se aprovechan las grandes fortunas. Gestos. O, por ejemplo, qué se yo, obligar a sus señorías miembros de su grupo parlamentario a que renunciasen al complemento por alojamiento en Madrid si ya cuentan con vivienda en la capital, algo que, aunque parece de pura lógica y justicia, a algunos les resulta tan “difícil” de entender. Gestos.

El nuevo dirigente tiene una difícil labor por delante, y muchos gestos que mostrar. Gestos reales, no de cara a la galería.

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