Opinión

Sanos y felices

El Bloomberg Healthiest Country Index (en español, “Índice Bloomberg del país más saludable”), realizado por la compañía de información Bloomberg, una suerte de gurú en esto de los rankings de países, situó a España a comienzos del presente año en el primer puesto del mundo. Somos, sépanlo ya, el país donde sus habitantes gozan de la mejor salud. Ni los japoneses con sus parques llenos de yoguis, su disciplina hierática y su dieta a base de algas, sushi y salsa de soja, ni los tibetanos con su vida asceta contemplando las cumbres nevadas más altas, ni los nórdicos con sus hábitos deportivos inculcados desde niños y sus baños en aguas gélidas a -15º de temperatura ambiente…, ninguno de estos países nos supera.

Qué cosas. El país del tapeo entre semana, de la siesta, del desayuno de café solo bebido en el bar al lado de la oficina (¡cóbreme, jefe, que llego tarde!), de la jornada laboral partida, de la caña -una, dos o las que caigan- antes de comer, de la cena copiosa justo antes de irse a la cama; el país de las tertulias a voz en grito en el café después de comer, atentos en la barra a la conversación bizantina entre el tío del atleti y el del madrí, al tiempo que en una esquina se escuchan los golpes de las fichas de dominó contra la mesa, como si realmente les fuera la vida en ello, y en la otra esquina, como réplica, una voz de mando grita un ¡arrastro!, pues la partida de tute es sagrada, ya la prohíba el mismísimo sursuncorda; el país, en fin, de las excesivas horas de sol sobre la piel y de las noches de juerga hasta el amanecer, ese país es el paraíso de los longevos. Los españoles nos salimos de la tabla en casi todos los parámetros que tiene en cuenta Bloomberg: esperanza de vida, acceso al agua potable, atención médica, hábitos alimenticios (aparece la dieta mediterránea como auténtico elixir de la vida); es cierto que aún tenemos alguna que otra asignatura pendiente que nos resta algún punto, como el tabaquismo y la obesidad, y es que nos cuesta mucho dejar aquel vicio (lo confieso, me sigue apeteciendo ese pitillo después de comer como el día que lo dejé, hace más de cinco años) pero, en líneas generales, España es una nación de gente sana, muy sana, y además resulta que somos felices. 

Porque ésa es otra: somos muy felices, al menos eso dicen las encuestas; estamos muy satisfechos con nuestro modo de vida, tan aparentemente anacrónico en relación con los países más avanzados del planeta. Somos al resto de europeos lo que los galos a los romanos en los cómics de Astérix y Obelix. Tipos que vivimos en un país sureño y ruidoso, que trabajamos a destiempo, nos levantamos tarde, nos acostamos aún más tarde, salimos a la calle porque sí (recuerden esa frase de nuestras madres cuando éramos pequeños: ¿Qué haces todo el día metido en casa? ¡Venga, a la calle a airearte! Y literalmente nos echaban de casa). Somos felices porque quedamos para tomar un vino y a lo tonto se monta una fiesta sin haberla planeado. Felices porque alguien saca una guitarra y todo menda se arranca a cantar la canción, sea ésta en español, en gallego o en espanglish; y somos felices porque ni queremos ni podemos competir con ingleses, alemanes o suecos en eso que llaman saber vivir, no en vano vienen con sus suculentas pensiones de jubilación a retirarse a nuestras costas y montañas.

Pero todo tiene su contrapunto: en el tema del bolsillo aún andamos bastante rezagados; los sueldos y sobre todo las pensiones medias son muy inferiores a las de aquellos países avanzados. Y es que no se puede tener todo. Sin ir más lejos, algunos pensaron que fijar el Salario Mínimo Interprofesional en 900 euros era un lujo innecesario, ¿verdad? A lo mejor sólo pensaban en el bien común, no vaya a ser que un exceso de felicidad al ver semejante fortuna en la cuenta corriente al cobrar la nómina nos fuera a provocar un patatús… Aunque creo que sus motivos eran otros. Díganmelo ustedes. 
Lo dicho, sean (o continúen siendo) felices.

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