Opinión

Solo era cuestión de tiempo

Supongo que muchos lo saben, pero no está de más recordárselo. Y luego que cada uno juzgue lo que le dé la gana sobre esa figura emergente de la extrema derecha española llamado Santiago Abascal. Un personaje que ha vivido toda su vida de la cosa pública pero que despotrica contra el despilfarro… de la cosa pública; un tipo que no trabajó ni un día de su existencia en la empresa privada -al menos que se sepa-, mamando siempre de la Administración autonómica o local, y sin embargo se erige en el gran azote del gasto de las administraciones públicas; un señor que con solo 23 años empezó a cobrar un sueldo público como concejal en Lloido (Álava), sin más mérito conocido que el de ser un militante cachorrillo del PP. Y allí estuvo ocho años. Miembro también de las Juntas Generales de Álava en los años 2003 y 2004 cobrando, claro, otro sueldo público; tampoco tuvo reparos ni le hizo ascos a formar parte del Parlamento Autonómico Vasco durante cinco años cobrando, eso sí, muy a regañadientes, sobre 70.000 euros anuales de sueldo base.

Claro que en el año 2009 se le acabó el chollo autonómico. ¿Qué hacer entonces?, se preguntó. Y se acordó de otra “ultraliberal” y sin embargo amante de los chiringuitos autonómicos llamada Esperanza Aguirre, quien lo enchufó como director de la Agencia de Protección de Datos de la Comunidad de Madrid (febrero 210-diciembre 2012). Más de 90.000 euros anuales al ala, lo que no está nada mal para alguien que despotrica del derrochador Estado Autonómico. Sólo faltaba la guinda: en abril de 2013 fue nombrado director de la Fundación para el Mecenazgo y Patrocinio Social; según el diario El País (6/11/2013), esta entidad contaba en el año 2013 con un presupuesto de 252.818 euros, de los que la Comunidad de Madrid aporta 183.600. “El único cargo que aparece en su staff es Santiago Abascal Conde, que en su condición de director gerente percibe 82.491,80 euros brutos anuales (…) La fundación, aparte de Abascal, solo tiene un trabajador”. Como ven, el azote del despilfarro del Estado, el que se postula como el único garante de la austeridad y de la lucha contra el enchufismo, ha sido toda su vida un mamador de la cosa pública, de las mamandurrias que Aguirre decía en el año 2012 que se tenían que acabar mientras su gobierno autonómico daba el visto bueno a esa otra mamandurria para el bolsillo de Abascal de más de 82.000 euros al año. Cinismo puro.
Pero todo esto no importa. Vox está entre nosotros, y a su frente un chupóptero de antaño al que le bastó un discurso fácil y simplón (solo nosotros podemos garantizar la unidad de la Patria, se acabaron los mamoneos, ¡Santiago y cierra, España!) para entrar con fuerza en el Parlamento andaluz, y si las actuales encuestan no se equivocan demasiado, prorrumpir como cuarta fuerza en el Congreso de los Diputados. Llegó la extrema derecha; aunque visto lo que desde hace tiempo viene sucediendo en Europa (la vieja Europa que en los años treinta del siglo pasado fue presa de nacionalismos exacerbados que desembocaron en el desastre de la II Guerra Mundial), donde grupos de extrema derecha se han hecho fuertes en países como Francia, Holanda, Austria, Dinamarca, Hungría, Italia…, gobernando incluso en algunas de estas naciones, que llegase a España esta corriente extremista era sólo cuestión de tiempo.

El auge de Vox en España, y por extensión de los grupos de la ultraderecha en Europa, merece una honda reflexión por parte de las tendencias ideológicas tradicionalmente democráticas que hicieron de la Europa unida un objetivo común. Una Europa que ahora supura pus y extiende su infección cada vez a más territorios. ¿De verdad van a ser algunos condescendientes con estas formaciones? ¿De verdad no importará ser cómplices de sus ideas extremas, xenófobas, machistas y antieuropeas?

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