Opinión

Típica época de deseos

Como éste es el último artículo del año, debería vestirlo yo con un montón de buenos deseos, para no desentonar; ya se sabe que por estas fechas se estila desear al prójimo lo mejor, como un convencionalismo tan arraigado entre nosotros. Feliz Navidad, Felices Fiestas, que el Año Nuevo te traiga paz y prosperidad… cómo no querer que la vida nos trate muy bien, o al menos que esto no sea un amargo valle de lágrimas. Únicamente los malnacidos quisieran que la desgracia y la infelicidad reinaran a su alrededor. Pero parece que sólo desde el 24 al 31 de diciembre nos sentimos inclinados a desear al prójimo el bien. Qué curioso. El resto del año…, bastante tenemos con lo nuestro como para pensar en cómo le irá a aquél, que parece alicaído, o a aquélla, que seguro es una auténtica desgraciada en su hogar. Pasadas estas fechas, ¿volvemos a lo de siempre? La “depresión postnavideña”, la cuesta deenero, la vuelta al cole, el regreso al hogar tras haber visitado las casas paternas, las prisas tontas de quienes se enganchan al reclamo de las rebajas, las ¿irremediables? subidas del recibo del agua, la electricidad o la bombona de butano, las enfermedades propias o ajenas, el trabajo, el jodido trabajo que tiene tan amargados a tantos pese a que dan gracias por conservar -quién sabe hasta cuándo- un bien tan elemental, la monotonía diaria…, todo se vuelve razón perfecta para no pensar más que en cómo tirar día a día para adelante, y que cada palo aguante su vela. Y así pasará otro año hasta que lleguen las navidades del 2019 y renovemos los votos y deseos de prosperidad. Porque vuelve a ser Navidad.

 Y sin embargo, no debería de costarnos demasiado esfuerzo intentar que todos los días fuésemos más o menos felices, sin alardes ni aspavientos, pero sin aminorar la marcha que hemos emprendido por estas fechas. Qué bueno sería que cada mañana encontrásemos una fuente de inspiración con la que contrarrestar el cansancio; que a cada discusión con tu hermano, tu pareja o tu amigo le siguiese un beso o un abrazo, no como prenda de derrota sino como lazo de hermandad, de amor o de amistad; que el bardo siguiese recitando en un mundo cada vez más automatizado y deshumanizado, pues no me he encontrado nunca con un poeta que en lugar de corazón y sangre por sus venas tuviese chips y discos duros; que nuestros viejos descansasen al fin, pero lo hiciesen entre nosotros justo hasta el momento en que ellos quisieran. Que cada uno encontrase su propia inspiración en un libro, en una canción, un paisaje o un rostro, y entonces le diese sentido a esa vida que casi siempre creyó con él ingrata. Que el espíritu navideño no se diese solo en Navidad, pues qué poco costaría ponerse en el lugar del otro el resto del año, y pese a ello cómo escasea a veces la empatía. Que si en un hogar al final se rompe el amor, no se quiebre el respeto ni se rompan también los rostros ni los vasos de cristal. Ni una sola vez más una muerte por el machista intento de dominación. Que en estas tierras ancestrales vuelva a escucharse la algarabía de niños por los bosques y las plazas de sus pueblos. Que la información apabullante no nos desinforme ni nos manipule cada vez más. Que la democrática discrepancia en las ideas no traiga la confrontación de las personas, el odio, la exclusión y el intento de anulación del discrepante, pues ya se sabe que la Historia, terca a veces, está a condenada a repetirse.

Quizás sean éstos demasiados deseos para pedirlos de una sola vez. Pero es lo que ahora toca; al final será cierto eso de que, por Navidad, nos sentimos imbuidos de un especial espíritu de generosidad. Si es así, que no decaiga el resto del año. No cuesta demasiado y merece la pena, dicen.

Hasta el año que viene.

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