Opinión

La farmacéutica que pinta

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Son las obras de Iria Blanco Barca (Vigo, 1976) en ‘Los colores del jazz’, del Centro Cultural Marcos Valcárcel, una evocación de un tiempo y un mundo, el de Miles Davis, y el cine en blanco y negro. Es la influencia de la música que escucha, cuando pinta, y también de alguien próximo a ella, músico: causa y complemento pues, ¿cómo es el hilo madre de la madeja con la que tejemos los sueños? La muestra tiene una tonalidad cromática que es una adaptación consciente del ambiente afroamericano musical de Baton Rouge y New Orleans, en el estado norteamericana de Luisiana.

Ese mundo, y esa música, que en los cuadros muestra con tonos apagados en sus colores acrílicos, cual la sordina de algunos temas musicales. Mas, ¿es el negro un color, podemos preguntarnos, o sólo resulta ser, ausencia de luz? Es esta una imaginativa exposición que trata de emociones y sentimientos desde aquel, y Duke Ellington, Louis Armstrong y su banda, con Billie Holiday, y Woody Herman y su orquesta, entre otros. Muchos de ellos aparecen en la película de Arthur Lubin ‘New Orleans’ (de la United Artist, 1947, con Arturo de Córdova -sic-, y Dorothy Patrick, como protagonistas), que pesó en la selección, y la estética, dependencia que equivale a la de un poeta y un pintor, mas aquí desde lo audiovisual. Ello nos trae así la mítica The Cotton Club, o Bird, de Coppola y Eastwood, respectivamente, películas que abren el abanico en torno al lugar donde las grandes figuras actuaban, y la biografía del gran saxofonista Charlie Parker. Y también la película de animación ‘Chico y Rita’, de Trueba, Mariscal y Errando, en torno a Chico Valdés y Rita Labelle, premiada en torno a 2010 cuando la viguesa Blanco Barca apuesta por esta temática, en su primera exposición individual en la sala de la Casa del Libro. E incluye asimismo la presencia local de los Saffron.

Desde el ámbito de la sanidad pública, en la farmacia hospitalaria en la que desarrolla su profesión, siente la vocación desde una familia de mujeres sensibles al arte. En paralelo a sus estudios la fue cultivando en la escuela de la calle Venezuela de Fernando Artal, y su esposa María José, a la que ha vuelto, ahora con su hijo Arquímedes. Participación en algunas colectivas hasta esta muestra, que lleva a la capitanía marítima de Bayona, y ya en este año 2016 a Verín. Aquí se le une Xosé Rivada, quien aporta sus esculturas, tan apropiadas, y la acoge en su paisaje y tierra del valle del Támega; para llevarla ambos después a Chaves, ventajas de la Eurorregión.

Son pinturas sobre lienzo de tamaño medio, varias de las cuales de formato rectangular y en relieve, a modo de acordeón, una variante curiosa. Antes había pintado obras con madres gestantes y neonatos, y de surf, querencias temáticas recurrentes, a la que se unirá ya, en su biografía, la del jazz, que es tolerancia y multiculturalidad. Como Charlie Haden y Che Baker en ‘Enjoy the Silence’. Sublime.

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