Opinión

Monje providencial en la restauración de Oseira

Estuve hace unas pocas fechas en Oseira. Aquella mañana la presencia de este gran monje estuvo a mi alrededor, como flotando, tras pasar cerca del cuarto en el que tenía su despacho como Prior. Allí me recibió en una de mis estancias, cuando lo estudiaba, y fue una conversación en gallego, moi entre nós. Ahora lo valoro como una deferencia cercana, íntima, por la relación con él y la Comunidad monástica, con mi familia materna desde Cea. Fue la constatación dun home da terra, pues era del concello de Cartelle, como otros de aquella comunidad, entre los que se hallaba el Padre Juan María Vázquez, de su edad, quien le había precedido en Oseira un año antes. De seguro que botarían de cando en vez alguna parrafada na lingua nai, mas en la vida comunitaria y hacia el exterior siempre en castellano. Hablaba con decisión desde su modo suave, ya en los años ochenta y noventa, cuando más lo traté, con una sonrisa que siempre me parecía de timidez. Discreto y positivo desde su convicción de fe, era habilidoso en lo que atañe a la electricidad, tocando el órgano tras arreglarlo para los oficios del coro alto, y manejaba el tractor en los campos al sur del edificio, o el coche.

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Plácido Camilo González Cacheiro, restaurador de Oseira.

A sus 97 años recién cumplidos, Vilardevacas 1924-Oseira, 2021, había entrado en el monasterio en septiembre de 1936 siendo el Padre Ildefonse Junqueres prior de la primera comunidad de la restauración, y ya con su sucesor, Fray Ernest Chazalon, 1941-1958, se hizo monje el día de san José de 1942 y sacerdote un lustro después. Se cierra ahora su círculo con Fray Enric Trigueros como superior, un monje también de origen catalán como el que lo había recibido. En los años cuarenta y cincuenta él y sus compañeros de comunidad pusieron a prueba su vocación en las dificultades de la postguerra, ante el nuevo régimen político surgido de la guerra. Vivían desde la llegada en 1929 de los monjes franceses en el piso alto de la fachada, que todo lo demás estaba destartalado y semiderruido, consecuencia de la Desamortización del primer tercio del siglo XIX, y la consiguiente exclaustración de los monjes. A punto estuvo de desaparecer la presencia monástica mas, mediada la década de los años sesenta, cambia el status y llega el impulso decisivo del nuevo Abad General y San Isidro de Dueñas, en el entorno del Concilio Vaticano II. Las campañas restauradoras se suceden, y los monjes recuperan los sucesivos edificios, desde las ayudas económicas, la hospedería y la zona de clausura, con el calefactorio, solario y capilla sur de invierno, donde se halla el edificio en el que vive la comunidad, al sur, el rascacielos del monasterio, obra culmen del Padre Juan María, con el refectorio. Todo ello, hasta 1975 en que el Padre Plácido será el primer Prior titular, hasta 1987, culminando el crecimiento de categoría en los años 1988 a 2000 ya como Abad, el primero desde el siglo XIX.

Oseira es dirigida desde entonces por superiores ad nutum, aunque si bien el Padre Ignacio Méndez y el Padre Juan Javier Martín tuvieron la consideración de Abades parte de su mandato, y el derecho a llevar el báculo del Padre Plácido. Lo conseguido logró el reconocimiento externo internacional con el Premio Europa Nostra 1990 a la restauración mencionada, en la que se incluye la escultura y mobiliario litúrgico, los retablos de la iglesia y la estantería de la biblioteca, haciendo votos para que la próxima sea la adecuada disposición museológica y museográfica de los ingentes restos conservados del baldaquino, un patrimonio monástico relevante que aguarda. Oseira es hija de la Abadía de Dueñas desde 1960, y esta de Sainte Marie du Désert, Levignac-Francia, siéndolo todas de la Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia, O.C.S.O., o de la Trapa. Son una Orden religiosa contemplativa, de monjes y monjas, que siguen la Regla de San Benito y la Carta de Caridad, con una estructura que ha permitido a los profesos expresarse a través de la artesanía, la arquitectura, el canto o la escritura.

Desde los ojos del Padre Plácido, y de otros de su comunidad y tiempo, que reposan bajo las verdes cruces del cementerio, y otros aún vivos, he aprendido a ver la belleza del Císter en la piedra sin ornamento y la perfección de su disposición arquitectónica. Para nuestros tiempos es una semilla, símbolo de una fecundidad escondida. Somos aún heridos por su belleza, lema en el que profundizó el Abad General Fray Mauro-Giuseppe Lepori hace años en Madrid, una belleza que hiere porque no se puede abrazar sin morir a uno mismo, dijo. Así se expresa en su Báculo Abacial, realizado por el gran escultor Buciños. ¡Honor!

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