Opinión

Un año para volver a 1918

A mediados de octubre del año pasado un operario de limpieza se pasó la mañana desinfectando la enorme explanada de la Cidade da Cultura de Galicia con una sulfatadora. El rocío de lejía rebajada con agua se repetía en las calles de cada municipio siguiendo las imágenes que llegaban de China y de otros países orientales. Nadie cuestionó la efectividad de la medida o la aspersión de productos tóxicos en lugares poco transitados con el peligro de contaminar el subsuelo. Para zafar del covid se animaba al uso de hidrogeles en vena y ninguna mano sin guante de látex. Parecía la venganza del plástico por la apuesta de disminuir su consumo. La obligación de la mascarilla, la medida más eficaz, no llegó hasta que el mercado consiguió abastecer la demanda mundial.

Al decretarse el estado de alarma y el confinamiento duro en marzo del año pasado se decidió precintar jardines y parques infantiles. Incluso el paseo por franjas horarias durante la desescalada concentró a la población en vez de dispersarla. Hace un mes algunos parques infantiles seguían cerrados. Un disparate, como han plasmado más de un centenar de científicos en un documento que le han hecho llegar al presidente del Gobierno y a las autonomías. 

Entre las recomendaciones para limitar la transmisión, antes de que la vacuna consiga la inmunidad de rebaño, destacan el uso de mascarilla, más horas de parque y una ventilación adecuada en los establecimientos, con medidores de dióxido de carbono y filtrado del aire. Durante la gripe de 1918 se recomendaba hacer vida al aire libre, pero Europa lleva un año empeñada en el encierro del personal, el mismo tiempo que han necesitado los expertos para recomendar una sabiduría centenaria. 

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