Opinión

Los nueve de Asunta

Son nueve personas las que están en el brete de juzgar los hechos probados en el escabroso asesinato de la niña Asunta para que el juez Cid Carballo aplique el derecho. Durante 48 horas permanecerán incomunicadas en un hotel, sin teléfonos móviles, tabletas o aparatos que influyan en su deliberación. ¿Pero alguien a estas alturas se cree que esta peliculera medida puede evitar la contaminación del jurado?

A día de hoy la única certeza que no admite discusión es que la cativa china adoptada por Rosario Porto y Alfonso Basterra fue asesinada y apareció muerta en una pista de Teo. Hasta los expertos que se dedican a los espinosos asuntos judiciales señalan puntos fuertes y flacos tanto en la defensa como en la acusación.

El juez Vázquez Taín y los agentes que iniciaron las pesquisas vislumbraron la sospecha a las pocas horas de que se encontrase el cadáver, ya que se apresuraron a detener a los padres adoptivos poco después de enterrar a Asunta. Y como todos estamos también contaminados por una saturación de series policiales, este chófer de anécdotas, que es lego en este tipo de investigaciones, se pregunta si lo más lógico no hubiese sido someter a una vigilancia estricta a los sospechosos para cazarlos una vez hubiesen bajado la guardia e hiciesen algún movimiento que los delatase.

En el caso de Asunta hemos visto de todo. Un juez que se inspira en el asesinato para publicar un libro; los gestos durante la declaración de la madre acusada retransmitidos en directo en un magacín matinal porque una ventana de la sala estaba accidentalmente abierta; la transcripción de las conversaciones entre los dos señalados como presuntos autores del asesinato justo después de su detención; el padre de Alfonso Basterra alimentando la carroña en programas que hurgan en la miseria humana; las vivencias de la ex pareja en el trullo; secretos de alcoba y de nevera. Lo hemos visto todo y da la impresión de que no se ha llegado a una certeza que tapie cualquier rendija por la que pueda colarse la duda.

Son nueve las personas sobre las que cae una responsabilidad gigantesca. En el mundillo judicial se dice que si uno es culpable, mejor que lo juzgue un jurado popular y si es inocente, que lo haga un juez. Un verdadero brete.

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