Opinión

Cambio y corto

Hasta que se adentró en la cuarentena no salía del bar, cambió de hábitos y con las cinco décadas cumplidas sólo sale de casa para caminar por playas desiertas en días de temporal y los soleados por montes en los que sabe que no se va a cruzar con nadie que le dé la murga. Acude con regularidad al cine porque en la introspección de la sala sólo tiene que intercambiar un saludo de cortesía en caso de tropezar con un conocido. Tampoco se pierde cualquier exposición que se inaugure en Galicia. Si no se trata del fin de semana, cuenta con muchas probabilidades de no esté en su puesto ni el bedel.

Puede parecer un ñu, pero era un tipo tan sociable como la cerveza Estrella Galicia. Sus colegas de la infancia le auguraron futuro en política desde que se presentó y resultó elegido delegado de clase. Contaba con amigos socialistas, nacionalistas y populares. Algún sondeo le llegó por vía indirecta cuando estudiaba Derecho en Santiago, pero él nunca abandonó su firme propósito de ser dueño de su tiempo para poder perderlo en cualquier abrevadero donde echar unas risas. “Los políticos ganan muy poco dinero para el tiempo que le dedican”, sostenía. “Aunque roben”, añadía con una gracia que provocaba risotadas en el bar.

Estudió Derecho para no desagradar a los padres que corrieron con la cuenta de la juerga en Compostela, pero un nuevo mundo se le presentó en la red nada más terminar la carrera. Internet lo liberó de currarse unas oposiciones, como insistían en casa. Desde una pantalla compraba barato en China todo tipo de cachivaches para vender aquí a un precio razonable. “Sólo hay que ganar lo necesario para no tener que hacer nada”, comentó estas Navidades al encontrarlo en una exposición sobre tres mujeres de la Agencia Magnum Photos –Eve Arnold, Inge Morath y Cristina García Rodero– en la Fundación Luís Seoane de A Coruña en la que sólo estábamos tres personas. “Llámame un día para tomar algo”. Se dio cuenta de que la propuesta se recibía como disculpa para no tener que seguir dando explicaciones. “De verdad te lo digo. Pero llámame, no contesto a mensajes de WhatsApp y menos cuando son de voz. La gente usa el teléfono como un walkie-talkie y, además de ser ridículo, con el cambio y corto se pierde mucho tiempo”.  

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