Opinión

¿Por qué no te callas?

Puede que el titular lleve a pensar que esta columna versa sobre la reprimenda que Juan Carlos I, en aquella época rey titular , dirigió al bocachancla Hugo Chávez en la decimoséptima Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado celebrada en Santiago de Chile el 10 de noviembre de 2007, pero es otra recomendación que tendríamos que aplicarnos todos para combatir la pandemia de covid-19. Las cinco palabras – ¿por qué no te callas?– que le espetó al ya fallecido presidente venezolano y las once –"lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir"– con las que casi resuelve la cacería de elefantes en Botsuana en 2012 acompañado de Corinna Larsen mientras la economía zozobraba, son los pensamientos de más calado que se le han escuchado al emérito, ahora de exilio voluntario en Emiratos Árabes, después de las pronunciadas durante el chusco golpe de Estado del 23-F. 

A veces el remedio a un grave problema puede ser más sencillo de lo que pueda parecer, aunque nos enredamos en el análisis como está sucediendo en este folio para llegar al meollo del asunto.

Contaba el profesor J.L. Jimémez, de la Universidad de Colorado, en el rotativo coruñés "La Voz de Galicia" que si la humanidad permaneciese durante dos meses callada la pandemia se quedaría sin alas. Y el ejemplo lo sitúa en Japón, con un 98% menos de muertes por covid-19 que Estados Unidos o España sin detener su actividad y con los metros petados como un centro comercial en rebajas y sin pandemia. En Japón más que hablar, se susurra, y sólo cuando alguien tiene algo importante que decir. 

Por estos pagos podemos darnos por contagiados porque somos de una verborrea expansiva como Hugo Chávez. La obligación del uso de la mascarilla en espacios venteados o la manía de cerrar parques públicos cuando habría que aconsejar aire libre, son un síntoma de que las administraciones y los comités científicos ordenan y recomiendan guiados por el bastón de un ciego, pero sin su oído. Una patrulla de la Policía Nacional se acercó anteayer para multar al chófer de anécdotas que estaba sentado en un banco y alejado un centenar de metros de cualquier humano. Se fueron al ver el humo del pitillo pero la advertencia por la mascarilla había sido a gritos.  

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