Opinión

El buzón

  

Un colega acaba de reformar la casa de sus abuelos en la aldea. El 'chabolo' tirado a escuadra y cartabón sobre muros de granito tiene su aquel para urbanistas nostálgicos del arado, aunque sin pasarse. Rústico pero moderno. El hórreo convertido en sala de lectura y otros toques de diseño son el descojone en el lugar. El otro día se estiró con un churrasco para celebrar el remate de las obras. Cuando estábamos ya de merienda pasó a saludar un vecino y lo invitó a tomar algo por interesada cortesía. Nunca sabes qué puedes necesitar. El hombre se chantó en la mesa sin disimular las ganas de olisquear en una vivienda que conocía bien. Al tercer vaso de vino la lengua iba un paso por delante de la prudencia. "Te ha quedado muy bien la casa. Si me dicen hace años que acabaría comiendo en la corte de las vacas de tus abuelos, apostaría hasta la mía...". El comentario fue celebrado por los invitados con una sonora carcajada y con un silencio esclarecedor por el anfitrión. 

El vecino no se dio por aludido. "Está muy bien, pero todavía te falta algo", añadió con una pausa retórica. "¡El buzón! ¿No te habías dado cuenta?". "Ya no se reciben cartas", zanjó el colega antes de despedir al paisano con la educación imprescindible porque necesitas un sacho cuando menos lo esperas.

La incómoda situación hizo que este chófer de anécdotas abriese el buzón nada más llegar a casa. Y había una carta. Primera sorpresa. El remitente no era del banco, para reclamar pasta; ni Hacienda, para reclamar pasta; ni la DGT, para reclamar pasta. Segunda sorpresa. Se trataba de Félix, el del taller, pero no reclamaba pasta. Cada año felicita el verano a la clientela en una misiva en la que anuncia los días que se toma de vacaciones para que el personal pueda planificar la revisión de su automóvil antes de emprender viaje en las mejores condiciones. 

La DGT también anunció esta semana, aunque con menos sutileza que Félix, una campaña intensiva en la que examinará neumáticos, luces, suspensión, limpias... Y no se trata de evitar la carta con el rejonazo, sino de aumentar notablemente las posibilidades de volver de vacaciones para poder abrir el buzón, aunque lo encuentres vacío.

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