Opinión

Con Fraga en zapatillas

El día que la diñó Manuel Fraga a algunos periodistas, como este chófer de anécdotas, se les secó una fuente de ingresos que parecía inagotable. Incluso en su retiro en el Senado, donde se recluyó tras perder la Xunta con el firme propósito de sabanear la Cámara hasta convertirla en verdadera sede de la representación territorial en lugar del actual balneario para que políticos caducados o en tránsito conserven una nómina, Fraga mantenía el tirón mediático. Sus vacaciones en Perbes significaban facturar varios reportajes como el baño al amanecer en el mar, el repaso descansado al curso político que había quedado atrás o la conveniencia de que Gallardón se postulase para dirigir el PP.

Hay personajes que su presencia consigue opacar los nubarrones del pasado y propician que gente situada en otro océano político llegue a sentir aprecio. El PP celebró anteayer en el Senado y en Vilalba el centenario de su nacimiento. “Patrón, me tiene que durar cien años”, le soltaba cuando salía de su casa con una pieza periodística de caza mayor. Fraga respondía con un bufido desde la puerta con las cabezas de venado cobradas en una de las paredes y en la otra un cuadro de su mujer, si es que no te había echado antes como hizo en dos ocasiones, aunque después te pedía un minuto para regresar con una botella de aguardiente de regalo. Siempre volvió a abrir la puerta, gesto que demuestra que era tan incontenible como encajador.

Gracias al profesor Aller, vecino del octavo que jugaba con él al dominó y necesitaba chófer que lo llevase, a Fraga lo saqué en zapatillas o con la cabeza cubierta de tiritas tras una prueba cuando vivía en el piso de dos habitaciones en Santiago que le prestó Aurelio Miras Portugal tras perder la Xunta. Lástima de cien años.

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