Pasó varios meses rondando una fotografía. Alguien le había comentado que en el servicio de caballeros de un puticlub había una pegatina con la leyenda "hasta la última gota cuenta" para concienciar sobre el uso responsable del agua.
Le parecía un fotón tremendo, pero los colegas no querían acompañarle para que comprobase si desde el baño tenía tiro para que la imagen contase lo que bullía por su cabeza por temor a quedar retratados por una mano de boxeador. Los años empañan el recuerdo del resultado, pero la anécdota regresa a primer plano cada vez que salta un aviso sobre la situación de alerta de las reservas de agua de Galicia.
Ahora el personal está bastante concienciado de que "hasta la última gota cuenta", sobre todo por lo que cuesta y por el canon que hay que apoquinar, pero también sería necesario que las administraciones se tomasen más en serio la inversión para evitar un derroche innecesario por las fugas producidas por el mal estado de la red de abastecimiento.
Como por estos pagos acostumbra a llover a esgalla, nunca nos hemos preocupado de que las tuberías dejen escapar el líquido de la vida como un colador, pero nadie puede garantizar que la sequía de esta primavera pase a la historia como una rareza meteorológica.
El Instituto Nacional de Estadística cifra el derroche en Galicia en más de 40 millones de metros cúbicos al año, con el que se podría abastecer a la población asturiana durante doce meses.
La reserva actual en los embalses no llega al 75% de su capacidad para afrontar un verano que se prevé calentito y los siete puntos por debajo de la media habitual es para preocuparse. En Ourense sólo está garantizado el suministro en las grandes poblaciones. Los ríos están todavía más sedientes. Una fuente de circuito no retornable puede despilfarrar más de diez litros de agua por minuto, a no ser que al personal le dé por hacer cola para amorrarse al grifo en sesión continua. La fotografía podría ser la del país de los mil ríos secos.
