Opinión

Las dos caras del drama

Todo drama cuenta con una imagen que compendia el desgarro. El fotógrafo Manuel Ferrol cazó a Ángel Calo Marcote –Jurjo en Fisterra– llorando con su hijo mientras despedía a su madre y a tres hermanos en la dársena del Puerto de A Coruña. El trasatlántico José de Garay zarpaba el 27 de noviembre de 1957 rumbo a Buenos Aires llevándose una generación de gallegos. Jurjo tenía 29 años a pesar de su aspecto avejentado por el mar de la Costa da Morte. La foto se convirtió en el símbolo del drama de la emigración. "Lloraba porque me quedaba solo", comentó Jurjo poco antes de morir en mayo de 2006, aunque después siguió llorando porque fallecieron su madre y su padre sin que nadie lo reclamase para marchar.

En las fiestas de Vilanova de Arousa de 1982 un grupo de diez jóvenes posa divertidos tras haber conquistado contra todo pronóstico el torneo de fútbol. En ese momento no pueden presagiar que esa foto doméstica se convertirá en el icono de los estragos demográficos que ha provocado en Galicia el consumo de drogas. El saldo de bajas es similar a la emigración o a una guerra. Tampoco se plantearon que el nombre elegido, "Dejadnos vivir", con la intención de acallar el cotorreo por el incipiente consumo de porros, acabaría siendo un presagio puñetero. De los diez que lucieron aquellas camisetas negras con el símbolo del anarquismo, sólo Manuel Fernández Padín, testigo protegido en el juicio por la 'operación Nécora', su hermano Rafael y Jesús María Carnicero continúa en pie.

Padín denunció el narcotráfio, le prometieron protección y subsistencia de por vida y en 2009 el Estado lo dejó tirado. Ahora malvive, pero al menos puede contarlo. Él llora porque no puede vivir en Galicia. 

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