Opinión

Las vacas con pañal

Un sastre emigrado a Venezuela desde una aldea de la Costa da Morte comentaba en un dulce castrapo –galego trufado de castellano– que lo que más había echado de menos durante sus años de estancia en Caracas era el olor a bosta de vaca. Había regresado a la tierra para pasar el arreón final con un traje a medida confeccionado por sus manos y agujeros en los bolsillos. Los chavales con los que compartía la plaza en la que sesteaba se partían de risa al verlo emocionarse con las boñigas: “No lo entienden,  pero es la fragancia de la vida”.

En Castrelo do Val, concello ourensano de la comarca de Verín de menos de 1.000 habitantes, se aprobó en pleno la ordenanza municipal reguladora del paso, tránsito y estancia del ganado en zona urbana que contempla  multas de hasta 750 euros a los ganaderos que no recojan las bostas de sus vacas, según informó la compañera Concha Caneiro en este periódico. El reglamento contó con el respaldo del PP en uno de los contados municipios del rural ourensano en manos del PSOE, pero en el pleno siguiente los populares cambiaron de opinión por “unha ordenanza reguladora que oprime e despreza aos poucos gandeiros que quedan no municipio”. El viraje a la primera queja de un vecino por el importe de la sanción es comprensible. Significaría palmar las siguientes elecciones sin haber cometido siquiera errores de gestión.

Vicente Gómez, alcalde de Castrelo, no entiende el cambio de criterio ni la crítica de la oposición: “A multa non é como pensan de 750 euros, senón que pode chegar a ser de ata 750 euros, pero a nosa intención non é sancionar”. El regidor argumenta que no puede destinar todos los recursos a limpiar la vía pública, mañana y tarde, y pide colaboración. O pañal a las vacas o fragancia de la vida. 

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