Opinión

Lección sobre el respeto

El árbitro pitó el final del partido en Riazor, la grada también se desahogó con una pitada por el resultado, por la sospechosa actuación del trencilla y por el fútbol raquítico que acababa de presenciar. La pareja de aficionados del Albacete recoge la camiseta de su equipo que había permanecido colgada de la primera fila de Tribuna durante todo el encuentro y se marcha sonriendo sin recibir un mal comentario. Ni siquiera fueron interpelados cuando él celebró con algarabía el gol de penalti por una mano que los jugadores del Alba no reclamaron en su momento, ni la repetición del VAR fue capaz de confirmar sin margen de dudas. Lo mismo sucedió con media docena de aficionados que animaban unos asientos más atrás al equipo que con Benito Floro fue conocido como "Queso mecánico" y ahora no pasa de desnatado, aunque también el Dépor ha dejado de carburar con súper y sólo la afición continúa a la altura de la historia. 

Esta muestra de respeto al que opina y siente de otra manera se convirtió en la imagen para llevarse a casa en una tarde de recuerdo amargo para un deportivista. Y de Riazor, estadio, a Riazor, hotel, frente al arenal coruñés que presta el nombre a los dos, porque resulta reconfortante elegir bien el sitio para resolver las necesidades fisiológicas. Una quincena de personas forman un corro tras juntar varias mesas. Queda una libre con vistas al imponente océano. Una muchacha de amabilidad exagerada reclama al camarero si puede bajar más la música cuando se acerca a tomar nota de la comanda. Él se disculpa diciendo que no le está permitido bajar más el volumen, a no ser que los clientes que acaban de llegar no tengan inconveniente en tomar el café sin banda sonora de fondo. Los recién llegados aceptan y en cuando el hilo musical se apaga, un hombre de unos 70 años comienza a hablar con tono de homilía de la Inquisición, de la hagiografía de un santiño cuyo nombre no se escucha con claridad y de las mentiras que se están contando del cambio climático. El grupo asiente en vez de llevarse las manos a la cabeza. Y cuando en la tele, silenciada, aparece la repetición del penalti, el comentario en voz alta es irrefrenable. El grupo juzga con mirada de reproche la interrupción. La lección sobre el respeto no toca esta tarde.

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