Opinión

Los coquetos viven más

Los coquetos viven más y quizá mejor. Esta conclusión no se infiere de un pormenorizado estudio sobre la incidencia de la personalidad en la longevidad del ser humano, sino del tiempo de espera en la peluquería para retocar la guedeja. De cortar, ni hablar del peluquín, según recomendó la señora que esperaba el turno en el sillón de al lado. Además, ya decía Ana Pastor, la presidenta del Congreso, que el pelo largo sienta siempre bien al que lo tiene y además sale gratis. 

"Hoy sólo vengo a lavar y marcar, el tinte me toca la próxima semana. Si la pensión me lo permitiese, me tendrían aquí todos los días", comentó la mujer con un gran parecido a la actriz Amparo Rivelles. A sus 83 años, la señora luce estupenda y eso que confesó que había superado tres ictus. "A mí la muerte me cogerá arreglada. Cuando me dieron los ictus venía de la playa y no estaba presentable para un asunto tan serio", bromeó al anunciar el peluquero que ya le tocaba. 

La coquetería no permite que te entregues o te abandones. La voluntad para arreglarse y combinar colores supone ejercicio físico y mental. "El presumido se quiere. Si te miras al espejo y te sientes una piltrafa ya ni sales a la calle", añadió más tarde un compañero del periódico tras escuchar la anécdota de la señora de la peluquería. Y si lo dejas para la siguiente mañana corres el riesgo de pasar la semana en pijama. 

La vejez es un estado mental. Hay niños atrapados en un cuerpo viejo que se resisten a entregar la cuchara a pesar de lo que diga la partida de nacimiento y hay niños que ya nacen paisanos. El otro día, un cativo repeinado pasó una hora sentado al lado de sus padres en una cafetería sin hacer un ruido, escuchando con interés lo que hablaban los mayores en vez de poner el garito patas arriba con las carreras y el griterío. "Eres un niño muy educado. ¿Cómo te llamas?", preguntó el camarero en el momento en el que dejaba en la mesa la vuelta. El rapaz lo contempló con una circunspección impropia para su corta edad y contestó: "Me llamo Pascal". Al camarero le costó mantener la compostura. "Un nombre precioso", contestó. Los que escuchamos la conversación pensamos que el chaval, como mínimo, acaba de registrador de la propiedad o de ministro. 

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