Opinión

Los primeros

Cuando la parca amaga con tocar en la puerta, la confianza llega a buscar remedio en un curandero, pero si el molde está para flexiones, se desconfía a la ligera de las vacunas, del médico que las receta y del laboratorio que las fabrica. Los antivacunas son pocos, pero hacen mucho ruido y causan daño por el miedo que infunden en el personal más aprensivo. Sucedió durante la pandemia de covid de la que ahora se cumplen tres años, aunque la sociedad demostró madurez a la hora de vacunarse para evitar la ristra de féretros de los primeros meses.

El presidente de la Xunta, Alfonso Rueda, anunció ayer tras la reunión semanal del Consello de la Xunta que la sanidad gallega será “pionera mundial’ al incorporar a su calendario de vacunas la inmunización frente al virus respirartorio sincticial (VRS) que al año entierra a más de 100.000 bebés de menos de seis meses en el mundo. Rueda fundamentó la decisión en los estudios clínicos que señalan que el virus de la bronquiolitis infecta al 90% de los menores de dos años y provoca cada año en Galicia 1.000 hospitalizaciones con una estancia media de seis días, además de 10.000 consultas pediátricas. También se ampliará la vacuna del rotavirus, que hasta ahora sólo se administraba a los prematuros. La partida es de 5,1 millones de euros.

Sobre el papel se trata de una medida para pavonearse ante el mundo, pero en la tierra del depende chirría ser los últimos en conseguir infraestructuras y los primeros en inmunizar a sus cativos con una vacuna esperada desde hace años. Las reservas de los padres son comprensibles, pero el pediatra vigués que asesora en este folio no duda en la consulta: “Es cierto que todavía no hay grandes resultados sobre su efectividad, pero sin duda es mejor esto que nada. Con la bronquiolitis casi no hay mortalidad pero sí muchos ingresos y satura el sistema. Otro debate sería la del rotavirus, que es una infección que produce gastroenteritis. Es grave en bebés y en países atrasados. Aquí, cuando entra en una guardería caen veinte niños, pero no mata, por lo que quizá se podría destinar los 200 euros que cuesta a mejorar la alimentación de los que sufren pobreza infantil en vez de alegrar al laboratorio”. El gasto es poco, como los niños que nacen.

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