Opinión

El MIR con una sola pregunta de covid

Gestionar una pandemia por un virus desconocido no es tarea que se imparta en un máster de Administración pública como el que se sacaba en un par de tardes cualquier político asido a la polea del cargo, o del partido si se trataba de una promesa, antes de que el caso de Cristina Cifuentes, expresidenta de la Comunidad de Madrid, permitiese aflorar una práctica más habitual de lo que se podía esperar en la institución que valida el conocimiento. Un buen repaso a la universidad para sacudirle la endogamia y la pereza es una materia pendiente, con o sin ministro del ramo. Ya para el siguiente curso, si toca.

Gobernar en tiempos de pandemia es una faena del calendario y de la biología, pero nadie obliga a tragarse el sapo. Cuando cae, porque la estadística dice que no hay siglo sin pandemia superada, la sensatez recomienda escuchar mucho a los que saben o dicen saber, leer más y hablar menos. Y esto tendrían que aplicarlo los dirigentes europeos, el Gobierno central y los autonómicos, las diputaciones y los ayuntamientos. Las prohibiciones y recomendaciones tienen que ser asumidas como propias por la sociedad para ser efectivas en el control del coronavirus. Las contraórdenes y vaivenes legislativos provocan confusión y hartazgo.

La promoción de médicos que se ocupará de nuestra salud las próximas décadas se examinó el fin de semana pasado del MIR. A los 14.445 galenos que aspiraban a una de las 7.989 plazas ofertadas en todo el Estado les chocó que de las 175 preguntas formuladas, más diez de reserva, sólo apareciese una sobre el virus que mantiene a la especie humana al ralentí. La oposición se convocó en la tercera ola de covid  y quizá el tribunal no profundizó sobre esta enfermedad porque la respuesta correcta el sábado podría ser incorrecta el lunes.

Pero los políticos –que en la UE sean igual de torpes o más no minora el desconsuelo– llevan un año velando por el cumplimiento de las normas dictadas en vez de ponderar su efectividad. Ayer apareció en el BOE la obligación de llevar mascarilla aunque esté a solas en un páramo, en la playa o en el monte porque lo que iba a ser un decreto ley acabó tramitándose como ley y se necesita elaborar otra para atender a lo que ahora recomiendan los expertos. La mascarilla no tapa el ridículo. 

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