Opinión

No busquen culpables

No busquen culpables. Siete ataúdes dan para mucho. Dos preñadas y dos niños entre el parte de bajas en una curva buena para el espectador. El combustible perfecto para intentar afilar la fatalidad y la tragedia. Un ejemplo más de que la parca no avisa.
¿Cómo es posible que un tipo llevase a ver el Rally de A Coruña a su contraria a punto de salir de cuentas? ¿Cómo es posible que un padre permita que su hija tenga un abono en la misma grada que los Riazor Blues o los Celtarras? ¿Cómo es posible que haya gente corriendo en los encierros de los San Fermines? ¿Cómo es posible que pase en el sitio donde se dijo que no pasaría?


Sucede porque la vida es retorcida y como mucho le puedes poner una tirita. El piloto es vecino de Carral, pasa a diario por Cambre y conocía cada surco del tramo del rally. El rapaz que celebraba cumpleaños y llevó a su mujer preñada a ver la carrera creyó que la instalaba en una atalaya pero por una vez entre un millón la situó y se situó en el centro de la diana. La física quedó descolocada por 20 centímetros, por uno sólo cambia el destino de una persona.


El dolor es grande, la pena es gigantesca, pero la vida consiste en tirar los dados en todo momento. Ni el piloto, pobre rapaz, ni la organización, ni el deporte del motor, ni siquiera los espectadores fallecidos tienen la culpa. Sucede que a veces pasa lo impensable, lo imposible es real y el desgarro difícil de soportar porque sacude al lado. Si hubiese sucedido en Hungría  no rascaría más que la imagen trágica de los deportes en el telediario. Y tampoco habría que buscar culpables. 

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