Opinión

No hace falta que sea tu hija

Durante la campaña electoral de las pasadas elecciones gallegas, en uno de lo garitos de Ourense en los que te puedes zampar unas albóndigas decentes a altas horas de la madrugada, un anciano con una moña considerable esperaba con impaciencia en la puerta a que llegase alguien. En una de las ocasiones en las que varios rapaces salieron a fumar, el hombre se animó a confesar su inquietud mientras compartía un cigarro. "Estoy esperando al dueño para que me haga un préstamo porque hoy quería ir de putas. Sabe que soy cumplidor y nada más cobre la pensión vengo a pagarle, pero como no llegue pronto me cierran la güisquería". El comentario fue interpretado con carcajadas y exclamaciones de "vaya fenómeno el abuelo" por la mayoría de los que formaban el corrillo, mientras un chaval con pinta de sensato le lanzó una demoledora mirada de desaprobación que hizo que el hombre se tragase lo que pretendía añadir sobre el serrallo y sus colegas interrumpiesen el jolgorio. 

Cada uno es libre de aliviar su fogosidad como le salga de un pie si alguien se lo consiente, pero tanto airear las intenciones con bravuconadas como ensalzarlas por los que las escuchan denota que a esta sociedad aún le queda mucho por avanzar para ser tomada como ejemplo de igualdad y de decencia. O quizá suceda que, en el fondo, a una gran parte del género masculino las opiniones de Donald Trump, candidato republicano a la Casa Blanca, sobre las mujeres no le parezcan tan mal y les gustaría poder ponerse en el pellejo del pobre millonario. 

La violencia de género que nos muestra el informativo de cada día espeluzna. Las palabras también hieren. Que una moza no pueda regresar a su casa sola tras una noche de marcha sin que algún tipejo la amedrente con un comentario asqueroso, en el mejor de los casos, resulta intolerable y no hace falta que sea tu hija. 

Y en una situación así se puede actuar como los chavales que jalearon al anciano o como el colega que reprimió la fanfarronería de todos con una fulminante mirada de asco. Quizá con que uno solo de esos canallas que se autodefinían como "Manada" hiciese algo parecido se podrían haber evitado dos violaciones. 

El silencio es una manera de complicidad y de cobardía. 

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