Opinión

Pablo, Paula, Pablo

Los muertos no saben que están muertos", escribió Camilo José Cela, un novelista tan genial como tramposo para fabricar un personaje universal. Por las páginas de 'San Camilo, 1936' deambula personal de variado pelaje sin ser consciente de la tragedia que se avecina ni escuchar los tambores que anuncian la guerra civil española. Pablo, Paula y Pablo quizá tampoco sepan o crean que son moribundos políticos, pero Iglesias (con su compañera Irene Montero), Quinteiro y Casado tienen más futuro como fabuladores que como representantes públicos. Y aunque cada uno tenga o crea tener justificación para los problemas que los han situado en la pira mediática, también escribió el Nobel de Literatura sobre la propensión a la piromanía: "La reacción quema herejes y libros y la revolución quema iglesias e imágenes, el caso es quemar algo". 

Cuando la peña está quemada por unos salarios de porquería, en el supuesto de tener curro, la mano caliente resulta inevitable y la exigencia ante los desmanes aumenta muchos grados. Que el vicesecretario de comunicación del PP haya aprobado 12 asignaturas de Derecho en unos pocos meses tras matricularse en el centro privado Cardenal Cisneros, chirría por muy listo y guapo que haya salido.

Que el líder de Podemos y la portavoz parlamentaria se hayan comprado un chalet de unos 600.000 euros para criar a los churumbeles que esperan es de una torpeza impropia de un tipo que pretendía tomar el cielo por asalto y no por consenso; pero de París vino la cigüeña en vez de la Comuna. Que la diputada de En Marea castigue a su formación cara al retrovisor desde marzo resulta difícil de digerir en alguien que llegó denunciando las maneras de la vieja política. Es la fábula de Pablo, Paula y Pablo. 

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