Opinión

La profunda herida local

En el rural gallego continúan abiertas heridas producidas hace un porrón de décadas por el movimiento de un marco o la disputa de una herencia. "Pueblo chico, infierno grande", repetía el tío Antonio cada vez que regresaba de Buenos Aires con la sana intención de salir pitando para A Coruña después de saludar a la familia que consiguió quedarse. Los arañazos del pasado han ido cicatrizando por el desapego de las nuevas generaciones hacia una tierra a la que no le han sabido encontrar el filón, aunque el regreso puede ser cuestión de tiempo por aquello de comer. También las crisis económicas son cíclicas. 

La pandemia de covid-19 que padecemos puede hacer virar las coordenadas por las que se guía la sociedad, las medidas coercitivas para frenarla pueden abrir un boquete sentimental en las poblaciones pequeñas donde el que no es pariente se conoce de toda la vida. Durante los primeros días del confinamiento extremo decretado por el estado de alarma, un policía local de Fisterra lamentó, tras identificar a este chófer de anécdotas en un control, la denuncia que le acababa de poner a un vecino. Primero había salido a por el pan para el desayuno, después bajó a por la mantequilla para untar el pan y un poco más tarde se dio otro garbeo porque se le había olvidado la mermelada para completar la tostada. Al municipal se le hinchó el silbato y le recetó la pertinente denuncia que acarreará un mosqueo entre vecinos y rencillas familiares durante años. 

La propagación del coronavirus ha desbordado a las distintas administraciones, que se agarran a la multa para que el personal más alocado entre en vereda. Saltarse la cuarentena en Galicia está penado entre 3.000 y 120.000 euros y no es desproporcionado porque una irresponsabilidad de este calado merecería un tiempo de cocción en el caldero. En Aragón la multa por no llevar mascarilla puede ascender hasta 3.000 euros y 60.000 por organizar un botellón. Ayer en Lugo, los municipales denunciaron a dos personas por el fumeteo sin respetar los dos metros de seguridad. La medición a ojo es más resbaladiza, la ojeriza a los agentes permanente. En una ciudad resulta más sencillo hacer cumplir la norma, en un pueblo las sanciones dejarán heridas profundas a no ser que los concellos intercambien agentes. 

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