Opinión

"Pues no me puedo quejar"

Una carcajada llevó la mirada hacia una estampa que despertaría compasión en un corazón de granito Rosa Porriño. Un hombre de unos 65 años doblaba sobre el manillar de una escúter eléctrica para facilitar la movilidad mientras contemplaba el móvil. Una pierna en el reposapiés, la otra apoyada en el suelo sin disimular el titanio de la extremidad ortopédica. La mascarilla le cubría el rostro a pesar de encontrarse en la amplia explanada donde las galerías de la Marina se giran hacia las de O Parrote de A Coruña, ciudad en la que ni el viento es forastero, y de estar casi en la soledad de la mañana del sábado de rebajas y los cambios de los regalos de Reyes.

La tentación de tirar una foto que rezumaría vida se esfumó al levantar él repentinamente la vista del móvil. La viveza de los ojos que escudriñaban lo que se había perdido mientras estaba sumergido en la pantalla sugirieron una cara conocida. Y tanto. Jorge, que ya ha caído por este folio unas cuantas veces, lleva dos décadas enseñando a los chavales del abrevadero que los reveses caen como los años y hay que saber encajarlos. Era cervecero de jarra con su nombre en el bar, o quizá era un vaso especial el que le tenían reservado. Recibió un trasplante de hígado, la mayoría apostó a que haría un George Bests y probaría el buen funcionamiento del órgano con una caña nada más lo soltasen del hospital, pero nunca volvió a probar el alcohol por “respeto al donante”.  Lo remendaron tantas veces que la clientela dejó echar la cuenta y resumía los motivos de los ingresos hospitalarios con dos palabras: “Está jodido”. Hasta que hubo que añadir “y le han amputado una pierna”.

Trasplantado, sin pierna y con la carga de una cuantas dolencias que llenarían otros tantos pañuelos de lágrimas, Jorge se moría de risa. “Hay que ver cómo es la peña y las ganas que tiene de marcha. Me acaban de enviar un vídeo y ya está pensando en el Entroido. Pero si todavía no se les ha pasado la resaca de la Navidad”, soltó a modo de saludo. Hacía unos cuantos meses que no tropezábamos, excepto por las abolladuras se le veía bien. “Pues no me puedo quejar. Estuve muy malito, pero ahora mismo repito que me puedo quejar. Y mañana ya veré”.  Y lo veamos.

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