Opinión

Ya no, pero...

Dicen los servicios meteorológicos que más de un tercio del Estado boquea como una sardina sin agua porque soporta unas temperaturas similares a las de Ourense cada día del verano, pero a doscientos kilómetros al noroeste te asomas a la ventana con la caída de la fresca y en vez de encontrarte con aire irrespirable o el humo que anuncia un incendio, cierras por el biruje sin esperar a que pase la chica de ayer, como haría Antonio Vega. 

El dibujante Álvaro Cebreiro realizó en 1934 una serie de carteles publicitarios para promocionar A Coruña como ciudad turística. Al estudiarlos en una clase de Historia del Arte durante el bachillerato un alumno se quejó por uno de los lemas rotulados sobre estampas icónicas como la Torre de Hércules o las galerías de la Marina. A "La Coruña, ciudad ideal", o "La Coruña, ruta de turismo" no le encontraba objeciones, pero discrepaba con "La Coruña, ciudad de verano" y, sobre todo, con "La Coruña, el mejor clima de España". El mes de junio estaba a punto de llegar, las ganas de playa se habían disparado y la lluvia continuaba estropeando las tardes de los que no las pasaban estudiando para los exámenes finales. "Ya lo entenderás dentro de unos años", contestó la profesora, aunque los alumnos más aplicados creyeron que era una manera de desembarazarse de un pelma que nunca más volvería a pronunciar el nombre de Álvaro Cebreiro, aunque desde 2015 está en el callejero en sustitución del General Mola. 

El rebrote de covid-19 amenaza con interrumpir el recreo veraniego que nos han concedido después del largo confinamiento que podría pinchar el flotador económico al que nos agarramos. Un colega precavido apunta siempre a la inconsciencia de los chavales cuando salen de marcha para explicar los nuevos casos detectados como el de un vigilante de varios locales de copas en Oleiros y en A Coruña. "Por que a ti a las seis de la mañana no te pillan por ahí", comentó. Después de unos segundos de reflexión, sólo se ocurrió una respuesta: "Ya no". También fue necesario que pasasen los años para comprender que la profesora tenía razón y que a la edad le sienta mejor una rebequita y una manta que las camisetas de tirantes y el aire acondicionado. 

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