Opinión

8 de marzo: Día Internacional de la Mujer (sin ganas)

¡Hay que ver los tiempos que corren…!; que de tanto que corren, nos atropellan. Cada vez se realizan encuestas de lo más insospechadas. Hace varias semanas se publicó una en la que se afirmaba que un tercio de las mujeres jóvenes catalanas accedían a tener sexo sin desearlo. Ante lo cual, medios de comunicación y periodistas pusieron el grito en el cielo mientras los responsables de la “investigación” se apresuraron a exigir una asignatura que inculque la sexualidad tal y como ellos la conciben. Como es habitual, a los hombres no se les hizo ninguna pregunta de ninguna clase, motivo por el que no sabemos lo que piensan a este respecto ni a otros respectos.

De inicio, lo que sería oportuno saber es qué pretenden quienes diseñan este tipo de estudios. ¿Acaso que se considere delito y se castigue con la cárcel a quien haya practicado sexo con una partenaire que declare que lo hizo sin ganas?: 

-Señor comisario, anoche me acosté con mi marido (novio, amigo, primo…) y la verdad, no me apetecía lo más mínimo.

-No se preocupe, señorita: ¡Nombre y dirección!... ¡Por Dios, no me interprete mal!; ahora mismo nos pasamos a buscarlo y lo pondremos a disposición de la autoridad judicial para que le haga expiar su culpa.

¡Hay que ver cuánto recuerdan estas conversaciones a los diálogos de confesionario!

Lo indiscutible es que este método, además de malintencionado -pues busca hacer creer a quien jamás lo sintió ni pensó que se ha cometido un abuso-, es erróneo ya que las relaciones (no solo las sexuales) en el seno de las parejas -heterosexuales, homosexuales, transexuales, virtuales o de cualquier naturaleza; persistentes, habituales, esporádicas o fortuitas- son tan complejas que no se pueden ni se deben parcelar porque la realidad es un continuum que en el momento que lo fragmentamos nos imposibilita conocerla e interpretarla de forma correcta. 

Siendo cineasta, no científico social, el gran director danés Carl T. Dreyer (1889-1968) en una entrevista reproducida en el documental The story of film sobre su extraordinaria película Ordet (La palabra), cuya visualización aconsejo al lector -a poder ser en una pantalla grande y a oscuras-, lo verbaliza de la siguiente manera: “La realidad primero hay que comprenderla para simplificarla”, no simplificarla para comprenderla (la frase no entrecomillada es añadido mío).

Por otra parte, aunque no nos lo parezca, las relaciones de amor y amistad (repito: de amor y amistad) son necesariamente de intercambio recíproco (si no se extinguirían), y lo que en su seno se intercambia y por qué tan solo atañe a quienes participan en ellas, nunca a los grupos o asociaciones políticas, científicas o educativas, ni al conjunto de la sociedad, ni al Estado; aun en el supuesto de que este se haya autoproclamado Estado de Derecho. 

Lo personal no debe transformarse, bajo ningún concepto, en político, pues eso implica someter al individuo a un poder ajeno a él en un ámbito tan íntimo como son las relaciones con los demás, sin que por ello haya que presuponer que se estén violentando voluntades o quebrantando leyes. Es un totalitarismo que no debemos permitir: que se escudriñen hasta los más personales actos de los ciudadanos en busca de actitudes y conductas que nuestros modernos prejuicios nos hacen considerar inadmisibles y, en consecuencia, tienen que ser reprimidas, criminalizadas y penalizadas de uno u otro modo. 

Utilizando un argumento ad hominem podríamos dedicarnos a interrogar a las mujeres (jóvenes, maduras y viejas) con qué frecuencia no practican sexo deseándolo, y cuál es la razón por la que no lo hacen. O, en la misma línea, inquirirlas acerca de cuántas veces a la semana acuden a trabajar sin sentir el menor deseo, soportando durante ocho o más horas un quehacer insoportable.

Lo que cabría preguntarnos, sobre todo quienes tanto preguntan, es qué obtenemos a cambio de dar lo que nos piden. Y si viviéramos en regímenes políticos en los que de verdad la libertad fuese un derecho fundamental, nos atreveríamos a decir bien claro y con fuerza: ¡Señoras y señores inquisidores, dejen a la gente en paz y no se metan donde no les llaman!

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