Opinión

Coronavirus y salud de los trabajadores

Las sociedades humanas se parecen a las de los insectos en una cuestión esencial: cada individuo desempeña un rol que, por intranscendente que parezca, es fundamental para la supervivencia de la comunidad. En crisis como la que está sufriendo el mundo globalizado en el que nos ha tocado vivir,  la pandemia producida por el coronavirus, es cuando la relevancia de estos roles se pone de manifiesto.

Todos podemos y tenemos que colaborar, hacer algo; y hacerlo bien. En las epidemias hacer bien las cosas implica no fallar ni una sola vez. Quedarse en casa para evitar la propagación de la infección no es una cuestión baladí; como tampoco lo es acudir al puesto de trabajo cuando es indispensable.

La salud es lo principal, pero esta se sustenta en la economía: si permanecemos en nuestros hogares tendremos que alimentarnos, asearnos, entretenernos…, sino el aislamiento será imposible de sobrellevar. Para ello es preciso que el sistema productivo no se paralice por completo.

En cierto modo, las epidemias se asemejan a las guerras: hay personas que tienen que estar luchando en primera línea de fuego, como lo hacen los médicos,  los enfermeros, los celadores…; otras permanecen en retaguardia en labores de organización, producción y distribución de recursos de todo tipo; mientras que otras, por razones diversas, serán sujetos pasivos cuya vida es necesario proteger; así ocurre con los niños, con los ancianos, con las mujeres embarazadas, etcétera.

También, como sucede en los conflictos bélicos, en las pandemias se producen, es inevitable, un número más o menos elevado de muertos. Nuestro esfuerzo ha de ir encaminado a que dicho número sea el menor posible, de ahí el deber de salvaguardar la integridad de los trabajadores que acuden cada día a su centro de trabajo.

Por eso no son admisibles situaciones como las que se están dando en horas punta en la estación de Atocha en Madrid y en la de Sants en Barcelona, y en otros lugares del Estado español, donde la gente no puede respetar la distancia mínima de seguridad para evitar contagios. Es imprescindible repartir gratuitamente mascarillas y gafas protectoras (el COVID2019 traspasa con facilidad la membrana conjuntiva ocular) entre estas personas y entre aquellas sometidas a una circunstancia similar. Y no solo para preservar su salud, sino también para que sigan desempeñando su labor, esencial en la lucha que mantenemos contra este agente patógeno.

En una guerra no es posible paralizar de forma absoluta la maquinaria productiva civil. Un cierto número de empleados ha de acudir a las fábricas. No deben dejar de hacerlo a pesar del riesgo de bombardeos y de perder su vida en ellos. Es el mismo escenario que estamos viviendo en este momento en varios países europeos. De igual manera que el personal sanitario tiene que desempeñar su función de atender y curar a los enfermos, aquellos trabajadores que, por distintos motivos, no puedan ejecutar su tarea desde el domicilio han de desplazarse al lugar en el que sea factible realizarla. Ahora bien, las autoridades están obligadas a evitar de modo eficiente que se contagien. Este es un imperativo moral y legal; constitucional.

Cada ciudadano tiene que ser consciente de que ninguno estamos a salvo de adquirir la infección, cuyas consecuencias individuales no se pueden predecir con certeza, por eso hemos de hacer lo que esté de nuestra mano para evitarlo, así como para prevenir transmitírsela a los demás.

No obstante, también es verdad que los gobiernos de la Unión Europea están cometiendo el error de agrandar la percepción de la gravedad de la pandemia producida por el coronavirus al amalgamar íntimamente las consecuencias sanitarias y las económicas. Primero hemos de resolver en su integridad la crisis sanitaria y contener la económica, y a continuación abordar esta última en toda su extensión. De esta forma, ambas serán superadas por completo en un breve periodo de tiempo.

Como dicen en Cuba: «Habiendo salud, la lucha está ganada».

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