Opinión

Ni orgullo ni satisfacción

Marcho que tengo que marchar, le ha dicho el rey emérito a Felipe VI y a España. Y cada medio de comunicación especula con el destino de su temporal y cálido exilio dorado. Muy distinto a aquel destierro del Cid, de ciego sol, sed y fatiga por la terrible estepa castellana, con doce de los suyos.

“Polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga”, pero Juan Carlos se larga, también con parte de su séquito. Dejando atrás a unos vasallos que ya intuíamos que no era tan buen señor. Campechano, cercano, pero que ama la vida y ama el amor, que resultó ser un truhán además de un señor. Aunque la vida disipada y divertida del monarca se daba por descontada, lo que yo le agradezco es el tiempo que su periplo le está quitando al covid-19 en los informativos. 

Lejos de hospitales, rebrotes y espacios confinados, por fin nos transportan a paraísos naturales en la República Dominicana, lujosos hoteles de Portugal o suntuosos oasis de Abu Dabi. Esté donde esté, esta vez no podrá pasear su orgullo ni su satisfacción, que tampoco ha dejado en el seno de su familia, en el conjunto de la opinión pública española ni de los poderes políticos. Poderes que se apresuran a defender con boquita de piñón la Monarquía y vincular esta situación al terreno de lo personal –unos- o bien a embestir los pilares de la Corona como Jefatura del Estado anacrónica, injusta y sin lugar en nuestro Estado Social y Democrático de Derecho –otros-. 

Pero todo el ruido mediático servirá solo como entretenimiento pues en este país de pandereta seguiremos dando giros de 360 grados sin destino diferente ni llegar a término distinto. De esta situación absurda y real me quedo con una reflexión sobre la familia. Esa institución de proximidad y amor, muchas veces artificial, que era un tesoro a proteger a cualquier precio para Vito Corleone, por ejemplo, o comunidad de amor y santuario de vida para la Iglesia Católica o la base de la sociedad para gran parte de las civilización. La familia es lo primero es una de las frases hechas más enraizadas desde que el mundo es mundo. Y sin embargo, qué frágil es dicha afirmación y que lejos de la realidad en tantas ocasiones. 

La familia existe de modo natural pero su importancia y el nexo de unión amorosa será en muchos casos artificial, si no de indiferencia o incluso aversión. La familia es lo primero hasta que pasa a ser lo segundo o simplemente salirse del plano. Veamos si no la Familia Real. No muy lejos queda el cuñado díscolo encarcelado y relegado junto a su mujer –y hermanísima- al recuerdo inoportuno. O los morros de la suegra emérita ante la riña desairada de la nuera Real, sin dolerle prendas ante la opinión pública. 

¿Qué haría Michael Corleone ante el desprecio a su padre? Entrar en el restaurante pistola en mano y reparar –o rematar- la afrenta. Felipe VI, en cambio, refrendado por un Gobierno social que piensa que lo mejor es mirar hacia otro lado, está dispuesto a dar la espalda a su cachondo padre que, después de vivir a cuerpo de rey está ahora en apuros. Renunció a su herencia, le ha retirado su asignación y si la cosa se pone complicada, podría llegar a repudiar a su progenitor. Y todo para conservar su posición como Jefe de Estado y en aras de la monarquía parlamentaria. Pero, ¿un hijo de verdad no defendería a ultranza a papá? Hasta Luke Skywalker se apiadó de su padre en el último momento. Aunque fuese políticamente incorrecto Felipe Rey debería decir, “ni Corona ni hostias, es mi padre”. Esto sí sería Familia en mayúsculas. Pero no en vano decía Simone de Beauvoir que “la familia es un nido de perversiones”.

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