Opinión

A la sombra de las banderas

Acabo de ver en televisión a un grupo de inmigrantes negros quienes, tras pisar tierra española, se han envuelto en banderas de España y Europa. Arrodillados las han besado y ondeado como símbolos de éxito y futuro. Han pisado la tierra prometida, no por Moisés y, seguramente, sí por las mafias instaladas en la otra orilla del Mare Nostrum donde el tráfico de seres humanos se sopesa según sus posibilidades económicas. En esta tragedia, al otro lado apenas cuentan las ideologías, los condicionantes sociales, los peligros de las guerras… Les mueve el dinero con el que esta pobre gente alquila la muerte buscando la esperanza.

Sin embargo, a mí me ha conmovido la imagen –no sé si preparada por las propias mafias- de esas mujeres, hombres y adolescentes soñando libertad bajo unos símbolos ajenos. Y he recordado una larga conversación que mantuvimos en Vilagarcía, María Xosé Porteiro y yo, con Ramón Fernández Mato pocos años después de su regreso del exilio dominicano. Además de autor dramático, periodista, primer director de El Pueblo Gallego, don Ramón fue director general de Seguridad en varios gobiernos republicanos, por lo que tras la guerra del 36 se vio obligado a exiliarse.
Fernández Mato nos mostró dos banderas que guardaba tras la puerta de su despacho, la republicana española y la venezolana. Eran sus amores simbólicos. “Las que besamos al tomar tierra sintiéndonos seguros”, dijo. Y nos contó las peripecias de aquel éxodo y de cómo los países hermanos los acogieron, les dieron pan y trabajo, cobijo y fe en el futuro. Él se dedicó durante un tiempo a gestionar ayudas, papeleos, reencuentros… Ejerció la cultura de la solidaridad.

Y he recordado los históricos esfuerzos de Rafael Alberti y Pablo Neruda para flotar desde Francia a Chile el paquebote Winnipeg y trasladar más de dos mil refugiados. Decía Neruda que al desembarcar los españoles besaban la bandera chilena, la hacían suya y entonaban cantos de ilusión. 

Y ha acudido a la convocatoria de la memoria el llerenense Juan Simeón Vidarte, vicesecretario del PSOE durante la II República, fiscal del Tribunal de Cuentas y otros importantes cargos. Encargado por Negrín, como ministro plenipotenciario, le correspondió gestionar en México la acogida de refugiados ante la inminencia de la pérdida de la guerra. En sus memorias están recogidos los esfuerzos por abrir camino a quienes huían de la barbarie franquista y de la miseria. Él murió en el exilio rodeado del afecto y del reconocimiento de cientos de familias que, además de ganar el pan propio y ayudar al progreso, contribuyeron al crecimiento cultural e industrial de los países de acogida.

Entre los inmigrantes que nos llegan cada día, buscando la sombra protectora de nuestras banderas, viene mano de obra, vienen cerebros abiertos al progreso, vienen titulados universitarios, vienen emprendedores, viene sabia nueva para rejuvenecer esta Europa envejecida, viene gente con ganas de construir un futuro mejor. Sin embargo les faltan su Neruda, su Alberti, su Fernández Mato, su Simeón Vidarte… y les sobran burócratas blancos apoltronados en las trincheras de la miserable lucha por los votos.

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