Opinión

Cómplices del covid-19

Mi tío tenía una tienda de tejidos, de aquellas de mostrador longitudinal y rollos de telas multicolores en las estanterías. Aunque la confección se abría paso en el mercado, la ropa aún se cosía en casa o en la sastrería. Los años sesenta del siglo XX habían abierto la puerta y el viajante, un señor de bigotes al estilo del cine mudo y voz impostada, extendió sobre el tablero una curiosa prenda casi transparente manufacturada con un extraño tejido. Fue la primera vez que vi un impermeable que no fuera de pesada goma, y creo que mi tío y sus dependientes también. “Marcelo –dijo-, esta es la revolución del vestir, una gabardina de Plexiglás, totalmente impermeable. No pesa y es elegante. Este material cambiará el mundo”. Probablemente aquel vendedor no sabía lo que decía, ni que aquello estaba fabricado con polimetilmetacrilato, comercializado entonces bajo la popular marca, pero acertaba en su predicción.

Los polímeros y todas sus variedades de plásticos han invadido nuestra existencia y contribuyen a la destrucción del planeta con una eficacia extraordinaria. Tanta que, antes de la pandemia, aterrorizados frente a la situación de mares y océanos contaminados, nos habíamos volcado en buscar soluciones. Reducir, reutilizar, reciclar, economía circular… la propaganda parecía funcionar sin valorar la verdadera necesidad del plástico en el concierto del bienestar moderno. La protección contra el virus y el confinamiento han disparado su uso sanitario hasta el infinito y hemos pospuesto las buenas intenciones. Mire a su alrededor y calibre la cantidad de polímeros que se han sumado a los habituales. Nuevas señalizaciones, pantallas divisoras, protección de espacios sensibles, ropas sanitarias, guantes de usar y tirar, bolsas no reutilizables, botellas de un solo uso… Es como si el ataque del coronavirus tuviera por aliado, contra la humanidad, a ese otro mal macromolecular químico.

Al tiempo, los humanos, enfrascados en disputas sobre datos y malas praxis hospitalarias, hemos pasado página y nos disponemos a crear una nueva sociedad más individualista bajo las mascarillas y la falta del contacto físico tan necesario, más insolidaria, aterrorizada bajo la amenaza de la caída del consumo, la falsa cultura del bienestar aislados y volviendo a olvidar la pandemia de los plásticos. A la que, además, vamos a sumar una nueva. La de la chatarra electrónica, quizás también cómplice de este virus o de cualquier otro futuro.

Todos los presupuestos oficiales, pequeños o macros, contemplan las inversiones informáticas como la panacea para la nueva normalidad. Miles de millones de euros para producir, comprar y usar aparatos de uso empresarial, escolar y familiar. El teletrabajo será priorizado antes que el presencial. Las videoconferencias, cada día más perfeccionadas, son el camino para la comunicación multidisciplinar. La asistencia a conciertos, teatros, charlas, congresos, las compras domésticas… todo se hará sin salir de casa con aparatos en permanente perfección y renovación. ¿Imagina cu'anta chatarra electrónica vamos a producir en las próximas décadas, con o sin coronavirus?

Solo dos datos significativos. En 2018 el mundo ya producía casi cincuenta millones de toneladas de chatarra electrónica, de las que escasamente era reciclable un 15%. El resto acaba en los países del tercer mundo y en los océanos, como sucedió en el pasado con los residuos radioactivos y ahora con los plásticos. Estamos convirtiendo al covid-19 en una terrible trinidad.

Te puede interesar