Opinión

Construyendo la realidad

No sin cierta pereza me fui hasta el sofá para ver el Debate del Estado de la Nación en la tele. Hacía tiempo que no observaba esas imágenes en las que sus señorías van entrando en animada convivencia, los de unas bancadas y otras. Se saludan, conversan o esperan casi siempre de pie en los escaños. Las cámaras dan fe de ese previo con muchas caras, la mayoría escasamente conocidas, solo en sus provincias, pero reflejo real de nuestra savia política.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, apareció con la sonrisa de quien llevaba todos los ases escondidos en el bolsillo secreto. Alberto Núñez Feijóo entró saludando a cuantos ministros, ya sentados, le cayeron a mano. En ningún momento dejó de parecer el alumno novato del aula a quien los colegas aplauden porque es el dueño del balón. A su lado Cuca Gamarra, con sonrisa de anfitriona, parecía segura. Feijóo en silencio ocupó el sillón huero de Casado, herencia repetida de sus mayores.

Presentados los personajes de la trama, comenzó la función. Durante casi hora y media Sánchez sorprendió desgranando un discurso coherente con la realidad nacional e internacional, directo, claro y socialdemócrata de la cruz a la raya. Y, cómo esperaban en la izquierda, sirvió una baraja de propuestas razonables para luchar contra la situación. En lugar de esconder el bulto o perderse en el autobombo de los logros -como preveían las derechas-, anunció amplias actuaciones económicas marcadamente sociales. No sólo congestionó a los escaños conservadores sino que la Bolsa, el IBEX-35, la banca, las energéticas y patronales, escandalizados se palparon las carteras mientras los sindicatos, jubilados, obreros y estudiantes aplaudían al otro lado del silencio.

Ahí empezó Cuca Gamarra a emitir su realidad prevista negando ante la prensa que hubieran existido propuestas en el discurso de Sánchez, exigiendo absurdas peticiones de disculpas y rebuscando comparaciones de precios mediante la cuenta de la vieja, como muestra de profundos conocimientos económicos globales. La foto para la gloria la intentó al pedir un minuto de silencio en recuerdo de Miguel Ángel Blanco, saltándose, con estilo de trilera, las reglas del Congreso. Si pretendía poner en aprieto a alguien, se encontró que hasta EH Bildu se sumó. No hubo foto de lazos azules en solitario. Craso error. Como lo fue leer el discurso fuera de lugar que llevaba preparado. Cambiar economía por ETA, derrotada once años atrás. O comparar la situación actual con la crisis de 2008, poniendo a Sánchez en el espejo de la olvidada y diferente encrucijada padecida por Zapatero. Demasiada naftalina.

Por fortuna para España, para las clases medias y menos pudientes, para las pequeñas y medianas empresas, Pedro Sánchez -después de haber conseguido un amplio crédito político en Europa y EEUU-, como ya hizo durante la pandemia, optó por continuar por el camino del sentido común. Los ases de izquierda estaban bien medidos. Los socios de investidura le dieron un voto de confianza. Ciudadanos y Vox se agarraron a la barandilla de los lugares comunes y Cuca Gamarra fue incapaz de construir una réplica aceptable en beneficio de su líder. 

Tuve la impresión de que Feijóo se preguntaba en silencio: ¿A qué he venido aquí? ¿Qué me aporta este papel del Mudito en el cuento de Blancanieves? Él o sus asesores se están equivocando. Fiados del crédito de las encuestas, el líder puede estar caminando hacia el mismo cajón de los juguetes rotos donde duermen Rosa Díez, Albert Rivera, Casado, Iglesias… Feijóo, contrariado, el miércoles se fue del Parlamento sin decir esta boca es mía.

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