Opinión

Disparates monumentales

Cuando en 1750 se concluyó la fachada barroca del Obradoiro en la Catedral de Santiago nadie pensó que siglos más tarde sería el símbolo principal del turismo de Galicia. Fue una obra que despertó polémicas entre la ciudadanía local, el clero y los intelectuales del momento. Incluso estuvo a piques de ser policromada, como por entonces lo estaba aún visible el Pórtico de la Gloria. Si ese proyecto lo juzgáramos con criterios de hoy seguramente la Dirección General del Patrimonio y otras instancias oficiales no permitirían ni la desaparición de la depauperada portada románica anterior ni levantar semejante soberbia en piedra tallada. 

He escogido este primer ejemplo por cercano y digno de elogio y porque muchos de los disparates del pasado los gozamos ahora como singulares. Si nos fuéramos más atrás en el tiempo, juzguen que hoy consideremos Patrimonio de la Humanidad el atentado ecológico de las Médulas en el Bierzo. Una explotación romana de oro que pondría en pie de guerra a todo el ecologismo internacional. Los trabajos de ingeniería hidráulica, los conocimientos geológicos, la precisión en el aprovechamiento de los recursos, los espacios antinaturales y los microclimas generados en el lugar con el paso del tiempo hoy despiertan nuestra admiración. ¿Cuánto oro sacaron de allí? Desconocemos la cuenta resultados, pero debió de ser muy positiva para Roma, como ahora lo es para el turismo local. La lista de disparates monumentales es tan amplia que alcanza hasta las tumbas egipcias, las pirámides aztecas, los menhires… 

Llegados a este punto cabe preguntarse qué se alabará en el futuro de los disparates españoles modernos. Es una buena idea para un curioso libro turístico. Con toda seguridad las obras de Santiago Calatrava encabezarían el ranking. Es autor de puentes con escasa seguridad, edificios premiados con goteras, construcciones apresuradas… En cien años habrán sido derruidos o reformados sin remedio. Algo así puede sucederle a nuestra Ciudad de la Cultura en Compostela. Una obra megalómana emprendida por Manuel Fraga que está costando inteligencia, dios y ayuda, para llenarla de contenidos, aunque por fortuna ya está casi concluida y no dudo de que en un futuro inmediato será un punto de atracción de interés. Quizás en cinco décadas riadas de turistas suban al monte Gaiás y el disparate resulte rentable. Esto es, si tanto aluminio estructural, yeso y cristal resisten el paso del tiempo.

Otros hitos podemos encontrarlos en los cientos de pabellones deportivos, sembrados en toda la geografía despoblada. A los que, no hay duda, superan la soledad del aeropuerto de Ciudad Real, convertido en un elemental aparcadero de aviones. El de Castellón, conocido como el aeropuerto del abuelo Fabra, de nula rentabilidad comercial. El Puerto Exterior de A Coruña a un tiro de piedra compitiendo con el ferrolano… El colofón del recorrido debería ser otra larga lista de disparates efímeros inclasificables. Un solo ejemplo, el barco encargado por la Diputación de Toledo, cuando estaba en manos del PP, allá por 2015. Probablemente aún podamos verlo varado en Ribadeo. A los toledanos les costó la friolera de casi cuatrocientos mil euros. Su destino era circular por el río Huso no navegable, como atractivo turístico… No sigo, le sugiero que elabore usted su propia lista de disparates monumentales. Es un ejercicio terrible pero muy divertido.

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