Opinión

El ejemplo del Capitolio

La extrema derecha está de luto. También enrabietada como un elefante frotado con guindillas. El intento de derrocar a la democracia con la toma del Capitolio en Washington ha fracasado dejando un reguero de sangre y cuatro muertos. El último movimiento dictatorial de Trump, para enraizarse en La Casa Blanca, ha inscrito a los EEUU de América en la nómina de los países bananeros. Sin embargo, por fortuna la vieja fórmula de crear dictaduras en las repúblicas del sur del continente americano no ha funcionado en la propia casa.

Siempre he tenido el convencimiento de que el triunfo de Donald Trump sobre Hillary Clinton fue producto del fraude. Su mandato sí lo ha sido, al navegar permanente por un océano de mentiras bien elaboradas, de falsas informaciones, que han alejado a gran parte de la ciudadanía de la realidad. Trump ha intentado dinamitar la democracia desde dentro del poder, ha empujado a la derecha racional hacia los predios de la ultraderecha peligrosa y se ha erigido en el líder internacional de un nuevo fascismo, maquillado con diferentes denominaciones y trabado con cautelas bien medidas. La historia nos dará la razón a quienes hemos venido advirtiendo de que las extremas derechas del mundo y, especialmente, de Europa han crecido bajo las alargadas sombras de Trump y Putin. Demasiado poder en una misma conjunción astral.

El suceso del Capitolio representa el ejemplo y la culminación de un impulso internacional que sueña con el viejo orden descabezado en los años cuarenta del pasado siglo. Gracias, en gran medida, a las entonces sólidas democracias de los EEUU y del Reino Unido. Por tanto, no creo que la llegada a la cúpula del poder mundial de Trump fuera la simple epopeya de un rico lunático. Sí puedo aceptar que las paranoias sean consecuencia de su trastornada personalidad. Trump arribó a la cúspide de la democracia mundial con la finalidad de desestabilizarla y casi lo ha conseguido. Que esto suena a conspirativo, es cierto. Pero ojalá no lo fuera.

La filosofía política de Trump se ha basado en acrecentar el descontento popular, los enfrentamientos étnicos, el fatuo nacionalismo de los orígenes puros, las falsas noticias, la amenaza de enemigos conspiradores, el machismo y la misoginia, entre otros juegos de menor calado. Y así, abrir caminos a los salvadores de las patrias y sementar dictaduras con apariencia de democracias. ¿O acaso el vídeo de Trump, dirigiéndose a los asaltantes del Capitolio, no fue el mensaje de un redentor herido, la arenga de un paso atrás para coger impulso?

Como pudiera parecer, Trump no está solo, no lo ha estado nunca. Pregúntenle a Boris Johnson, o a Abascal, o a Albert Rivera, o a Teodoro García Egea… Observen cuáles han sido los ejemplos tomados por ellos del asalto al Capitolio, falseando comparaciones con las manifestaciones de izquierda contra las gestiones de Rajoy o frente a las Cortes. Como en EEUU, bajo el mandato internacional de Trump, aquí también hemos visto a la extrema derecha rampante desgajarse, de la derecha democrática, sembrar el odio y la división entre comunidades, convertir la leal oposición en confrontación cainita, practicar el juego de las falsas noticias… Y, naturalmente, ahora el olor de las guindillas se les escapa sin remedio.

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