Opinión

El caso de Podemos

He escuchado a Pablo Iglesias en su Universidad de Otoño tirando la piedra y escondiendo la mano contra Yolanda Díaz y me he preguntado hasta dónde este personaje cambiante se cree ungido de algún poder divino o telúrico. En 2019 escribí: “El río de la desesperanza bien podría ser el caudal por el cual navega Pablo Iglesias desde que fue arrojando por la borda a los principales fundadores de Podemos”. En su último alegato lo vi sin barco y sin océano por donde navegar, pero creyéndose el Mesías capaz de llevar sus huestes al cielo prometido. Aún no se ha enterado y digerido el fracaso político personal que representa. Mientras hablaba volví a verlo reflejado en el espejo de “El general en su laberinto”, descrito magistralmente por García Márquez. Un bálsamo cuya lectura recetaría a este mito fundador de Podemos. A él, tan aficionado a recomendar libros y regalar series de televisión.

Iglesias está anclado y no lo sabe, quizás nadie se lo diga. Por eso reparte a diestro y siniestro patentes ideológicas de corso, lecciones de periodismo, cátedras de historia, verdades del maestro armero… Está perdido en su laberinto y con el discurso del pasado domingo ha puesto de manifiesto la realidad de su partido. El ocaso de Podemos ha llegado, como le sucedió a otros grupos emergentes nacidos para cambiar el curso del bipartidismo imperfecto que nos había traído desde la Transición hasta el siglo XXI. De perderle el respeto a todo lo establecido por la democracia parlamentaria, que nos dimos en los años setenta y ochenta, ha pasado a pedir respeto para lo que queda de su maltrecho batallón. Desde pregonar la innecesaria existencia de los partidos políticos tradicionales y sus militancias ha llegado a esta orilla pregonando su necesidad y eficacia: “No hay discurso más reaccionario que el que dice que el problema son los partidos” (sic). Mejor no revisar las hemerotecas.

¿Qué ha sido de aquellos “círculos” sustitutos de las organizaciones internas de los partidos? ¿Qué ha sido de aquel juego de los “inscritos” para disfrazar las militancias? ¿Qué ha sucedido con el “asamblearismo” para eliminar los dictados de las cúpulas? ¿Qué se ha hecho de Podemos? Nada es lo que pretendían y el principal responsable no es otro que el caído Pablo Iglesias, del cual, por respeto, nadie hace la leña merecida. Él mismo descabezó su organización, tal que un rey sol esperando con su marcha la llegada del diluvio. Y está llegando, ya sucedió en Andalucía y como veremos se acentuará en las próximas elecciones autonómicas y municipales.

La marca Podemos ya no vende. Los socios catalanes, valencianos y andaluces miran hacia otro lado. Las Mareas se han disuelto en la ineficacia. Las matemáticas de Yolanda Díaz se les escapan de las manos. Resulta lamentable patentizar lo intuido cuando escuchábamos los discursos incendiarios en los albores de 2014. El movimiento 15M no era otra cosa que el sustento para un líder en apariencia carismático. Un personaje que el domingo subió a su otoño para, sin saberlo él mismo, pedir socorro. Desde la soberbia lanzar un S.O.S. ante el naufragio que se les avecina.

Y quienes nunca hemos creído en Pablo Iglesias, desde la convivencia debemos lamentar el daño que ha generado en la izquierda joven y emergente de este principio de siglo. El ocaso de Podemos dejará muchos votantes desencantados de la política. 

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