Opinión

El día de la boda

Un 5 de septiembre, superadas las vacaciones de verano, era un buen día para una magnífica boda, si las predicciones meteorológicas no anunciaban lluvia. Además, agosto se presta para cerrar el montante de invitados, cursar las últimas tarjetas, recibir las confirmaciones, ubicar a los asistentes en hoteles y pensiones, convocar a la prensa, decidir los menús, contratar el boato, los servicios de cocina y comedor, los aparca coches, la seguridad… perdón, de la protección se encargaba el Estado, puesto que entre los asistentes al acontecimiento se contaban importantes políticos en ejercicio que, incluso, llegarían de otros países.

El equipo gestor, naturalmente, llevaba trabajando desde que se fijó la fecha. Organizaban la recepción de los 1.100 convidados, algunos serían recibidos en el aeropuerto y hospedados con su propio séquito. Ajustaban el protocolo al milímetro y la distribución de las mesas calibrada con absoluta certeza, aunque los colores político y empresarial de los comensales fueran muy semejantes. Tendrían que cerrar con la Policía Nacional el esquema de seguridad. Con la de Tráfico, los cortes de carreteras y desvíos adecuados. Con el Ministerio de Fomento, la revisión y arreglo del trayecto principal, tapar baches e incomodidades. Con la Casa Real, cruzar los distintos protocolos, acreditaciones del personal a su servicio, y representatividad en la ceremonia… 

¿Sería usted capaz de calcular el coste de semejante bodorrio? No cuente el local de celebración del rito, porque el monasterio del Escorial y presidencia del Gobierno, por sus trabajos, no pasarían factura. Tampoco la TVE, que se encargó de distribuir la señal. Piense que quien se casaba era Ana Aznar Botella con Alejandro Agag, hijo de un banquero argelino. Y no olvide que, como toda boda de nuevos ricos, estaba plagada de detalles y aditamentos caros: decoraciones, indumentarias, azafatas… 

¿Quién y cómo se pagó esa boda? Ese es un gran enigma de la política contemporánea, como quién asesinó a Kennedy o por qué murió Juan Pablo I, que estamos tardando en conocer. Resulta evidente que el padre de la novia, como se acostumbra, con sólo seis años de honorarios por su función de presidente del Gobierno, lo tendría bastante duro, a no ser que contara con alguna que otra donación, como ya se ha demostrado que tuvo de la Gürtel. Allí estaban luciendo sus galas Francisco Correa, Álvaro Pérez “el bigotes”, Pablo Crespo, Bárcenas, Miguel Blesa, Francisco Camps, Jaume Matas, Zaplana, Rodrigo Rato, Álvarez Cascos… codeándose con Tony Blair, Silvio Berlusconi, Mario Vargas Llosa, Julio Iglesias, Miguel Boyer… Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia.

No he detectado en las crónicas la presencia de Alfonso García-Pozuelo quien, como Correa y Crespo, fue condenado por el caso Gürtel. Ahora se ha descubierto que los gobiernos de Aznar le adjudicaron 23 sospechosos contratos por valor de 630 millones. La Audiencia Nacional lo ha llamado a declarar y dicen que puede salpicar al propio expresidente. Volvemos tener la sensación de que la Justicia se acerca a aquella celebración de un día de boda épico por la magnitud del espectáculo y del gasto. Porque buena parte de los servicios públicos, puestos a la disposición de un acto privado, salieron de nuestros impuestos. Porque las turbias sospechas no decaen a pesar de haber transcurrido dieciocho años. Y porque hay quien asegura que aquella boda fue gafe para muchos invitados, hoy procesados o en la cárcel.

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