Opinión

El milagro del agua

La niña tendría siete años y unos ojos tan curiosos como asombrados. No estaba dispuesta a dar crédito a mi afirmación de que el agua del planeta siempre es la misma, que disponemos de un bien tasado, ni aumenta ni disminuye, esté en el estado en que esté, limpia o sucia. El resto del aula callaba ante lo que, seguramente, consideraban una fantasía del escritor que había venido a narrarles unos divertidos cuentos con motivo de los días internacionales del árbol y del agua, que celebramos cada año.

Era marzo, sí, y llovía tras los cristales en el patio del colegio. La pequeña dijo que las nubes fabrican el agua, que la tierra se la bebe y que los mares son salados. No podrían ser siempre las mismas gotas. Estaba segura de que el agua salobre no es idéntica a la que corre en los ríos, o que cuanta se va por el wáter no podrá volver algún día remoto a nuestra mesa, ni que los manantiales no sean laboratorios bajo las montañas,donde los gnomos casan el hidrógeno con el oxígeno para regar los campos. La niña afirmó que le había gustado mi álbum ilustrado “El agua, el dragón y el sauce llorón”, pero no creía que los orcos de la fábula pudieran robar toda el agua y dejar al planeta seco y contaminado, como se me había ocurrido.

La lógica incrédula de la pequeña es universal. Y el desconocimiento de la realidad del líquido elemento también. El asombro de la niña lo he escuchado estos días en algunos medios comunicación, jugaban a rasgarse las vestiduras, admirados al conocer que el líquido elemento ha comenzado a cotizar en el mercado de futuros de Wall Street. He oído hablar del gran negocio para los inversores, ya que el producto está al alcance de la mano, es gratis e inagotable. Otros han puesto el grito en el cielo contra el capitalismo salvaje dispuesto a cobrarnos por respirar. Los especialistas sobre la Naturaleza han predicho que en 2050 doscientos cuarenta millones de personas no tendrán acceso al agua potable y mil cuatrocientos millones no dispondrán de saneamiento básico. Los inversores ya lo saben y toman posiciones. Los economistas han publicado sus razones, incomprensibles para los profanos, similares a las que mueven las inversiones en monedas digitales o en otros productos intangibles, generadores de pingües beneficios.

Me ha parecido escuchar que en California ya se están haciendo concesiones y privatizaciones de ríos subterráneos y de manantiales. De sus previsiones de “producción” dependerán las cotizaciones en cada momento. Los labradores del futuro deberán estar atentos a las fluctuaciones de la bolsa para sembrar trigo de secano o tomates en regadío. Quizás estemos ante un nuevo elemento influyente para la cesta de la compra, el contador de la ducha, la cocción del puchero… No podré aventurar que han empezado a dar la cara los orcos de mi cuento infantil, pero lo parece.

Sin embargo, el milagro del agua, hace tiempo que responde a tímidos precios y especulaciones. Los tiene, más o menos razonables, el agua doméstica que abonamos a los ayuntamientos a través de empresas intermediarias. Los tiene el negocio del embotellado de simple agua natural del grifo. Los tienen las aguas minero medicinales, envasadas o para relax, procedentes de manantiales privatizados… Decían las ancianas de mi pueblo que “algo tendrá el agua cuando la bendicen”. En Wall Street ya lo han descubierto.

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